El Mercenario

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Hamunaptra - 1923


Se toma la libertad, cuando se siente fuera de peligro, para limpiar las manchas de sangre fresca de su ropa y su pistola, con la que al haberse quedado sin cartuchos, utilizó para desarmarle la cara a golpes a un sujeto. Recolectó más tarde en el frío desierto ese mismo día la hoja afilada de algún tuareg. Faltaba el penacho, arrancado por ese mismo golpe enemigo. Luego, gracias al parpadeo de una antorcha puede contemplar el reflejo de su propia imagen en un espejo de mano de bronce pulido, su rostro se ve cansado y sus cejas anchas en una constante facción de fastidio.

Se trataba de un hombre americano, miembro de los legionarios de alto rango, un judío amargo que se movía como un lobo solitario. Éste es Marc Spector.

En el último año habían sido derrotados en dos grandes batallas sucesivas, tan amargas como sangrientas, pero en vano. Los invasores no eran los Tuareg, eran ellos, los mandados por los conquistadores que se habían apoderado de la mayor parte de la patria y el desierto, estaban en el umbral de su derrota final. Todo Egipto estaba ya casi fuera de sus manos. Las legiones estaban desarticuladas y derrotadas. Por mucho que desesperadamente intentó reunirlas y empujarlas hacia adelante, parecía que se habían resignado a la derrota y a la ignominia. Más de la mitad de los caballos había caído, mientras que los que seguían en pie apenas si podían soportar el peso de un hombre o de un municiones y guarniciones. En cuanto a los hombres, casi la mitad de ellos tenía heridas recientes y abiertas que habían vendado con trapos. La Legión se había reducido en casi seiscientos durante esas dos batallas en las que habían luchado y perdido desde el comienzo del año.

Un terrible silencio cayó a la par que sus rodillas en la arena, para mirar hacia el paso por donde sabía que los tuareg solo estaban esperando la plena luz del amanecer para renovar su ataque. El campo de batalla a su alrededor estaba cubierto con una gruesa capa de muertos dejados tras los muchos y largos días de masacre. La ligera brisa previa al amanecer arrastraba el hedor de la muerte hacia donde los legionarios esperaban, posicionados en diferentes puntos de una antigua ciudad en ruinas. Con cada respiración que daba este hedor se pegaba pesado como el aceite en la lengua, sobre su paladar, fosas nasales y en la parte posterior de la garganta. Marc tosía y escupía a un lado de su cuerpo, pero cada vez que volvía a respirar, el hedor se hacía más fuerte y más repelente. Los carroñeros ya estaban dándose un banquete en los montones de cadáveres dispersos alrededor de las ruinas egipcias, durante tres mil años los ejércitos han peleado estas tierras sin saber el mal que en él se oculta.

Los buitres y los cuervos volaban sobre el terreno planeando con sus alas extendidas para luego lanzarse al suelo para competir con los chacales y las hienas en medio de los gritos y las peleas de todos ellos, rasgando la carne humana en descomposición, arrancando trozos y jirones de ella para tragarlos enteros. Marc sentía que su propia piel se erizaba con horror al imaginar el mismo fin que le esperaba para cuando finalmente sucumbiera a las espadas de los tuareg. Se estremeció y trató de dejar esos pensamientos a un lado mientras les gritaba a sus subalternos que enviaran a sus soldados adelante para recuperar la mayor cantidad de armas usadas de los cadáveres que pudieran encontrar para volver a llenar sus manos vacías. Entonces, por encima del griterío de aves y animales peleando entre sí, Marc escuchó el sonido de un solo tambor que resonaba en el paso.

Los demás hombres lo escucharon también. Los sargentos gritaron órdenes y los legionarios volvieron rápidamente de la arena con las armas que habían rescatado. Los hombres en las filas que estaban a la espera, se pusieron de pie y formaron hombro a hombro con las bayonetas superpuestas un escudo. Las hojas de las espadas y las puntas de lanzas que trajeron de la arena estaban melladas y romas por el uso excesivo, aquellos que se quedaron sin municiones las apuntaban hacia el enemigo. Los hombres eran veteranos y conocían todos los trucos para sacar el máximo provecho de las armas y equipos dañados.

Escrito en Papiro Dorado【MarcSteven】Where stories live. Discover now