#11: Promesas

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Su brazo estaba entumido. Miles de piquetes dolorosos y molestos recorrían cada centímetro de su piel debajo de su codo, espasmos incluidos, haciéndole recibir el día con una mueca. Vaya manera de despertar. Leves ronquidos eran todo lo que escuchaba, eso y la respiración regular. El mundo estaba sumido en el silencio cuando el sol no había salido por el horizonte. Se removió, causando que un espasmo doloroso encogiera sus dedos. Sobre su brazo, el castaño oscuro dormía profundamente. Su cabello ondulado caía en remolinos oscuros que contrastaban contra su pálida piel. Se tomó un tiempo para examinar las facciones ajenas, tan definidas como siempre, y sonrió.

La noche anterior se habían quedado dormidos a regañadientes. Después de que Aries los mandara a sus tiendas haciendo alarde de sus nulas habilidades de liderazgo, no había podido lograr que su corazón se tranquilizara y optó por la única opción lógica: Romper las reglas y gatear hasta la tienda del moreno para pasar la noche con el signo de fuego causante de su desequilibrio emocional. Para su suerte, cierto pelinegro había tenido la misma idea y al final terminaron vencidos por el sueño.

Escorpio estaba acostado sobre el pecho de Leo, dejando escapar pequeños suspiros por sus lastimados labios entreabiertos. El león, por su parte, roncaba sin percatarse de la mirada del peliblanco. Habían hablado hasta que los bostezos se volvieron más frecuentes que las palabras, e inclusive después de eso. Leo cayó rendido sobre el brazo de su mejor amigo, quien ahora era víctima de la falta de sangre en su brazo. ¡Leo era un cabezón!

No quería despertarlo, sin embargo. El moreno de largas pestañas y sueño ruidoso había estado lejos por menos de dos días, pero se veía exhausto cuando volvió. Lo dejaría descansar, aunque su brazo doliera, antes de que el día empezara de manera oficial. Él podía ver el techo de sábana blanca por unos minutos más, escuchando de fondo cómo el campamento se levantaba y las hormigas se ponían a trabajar en sus cosas.

Si era del todo honesto, él tampoco había estado bien el tiempo que su mejor amigo estuvo fuera. Odiaba admitirlo, pero se había convertido en un manojo de nervios que descargaba su ansiedad en cualquiera que tuviera la mala fortuna de molestarlo, aunque fuera un poco. El rostro triste de Cáncer volvió a su mente de repente, la forma en la que le había gritado al cangrejito por el simple hecho de chocar y olvidar algo no fue correcta. Quería excusarse en que su mejor amigo estaba lejos, en que tenía miedos y sentía que le nudo en su garganta amenazaba con ahogarlo en cualquier momento, pero Cáncer no tenía la culpa de olvidar todo.

La verdad era que le había gritado a alguien que quizás estaba más desconcertado que él y, muy a su pesar, no podía dejar las cosas como estaban. Se lo había prometido a Leo hacía meses, de vuelta en el laboratorio. Sería un mejor compañero, un amigo inclusive. A pesar de que a veces le costaba recordar que el resto estaba en el mismo bote. Y, si decía la verdad, se había sentido un poco culpable por tratar así a Cáncer.

Se perdió en sus pensamientos, cubriendo sus ojos con su brazo libre hasta que este también se entumeció, y se asustó cuando la alarma del reloj de pulsera del pelinegro sonó. Ese vejestorio había vuelto a su dueño y ahora los números verdes en su diminuta pantalla indicaban que era hora de abrir los ojos. El signo de agua se removió sin ganas sobre el pecho ajeno, soltando un quejido mientras intentaba callar el molesto pitido del aparato sin abrir los ojos. Su respiración volvió a ser regular y profunda a los pocos segundos de silencio. Virgo envidió la facilidad con la que el pelinegro volvía a dormir. No fue hasta que sintió movimiento sobre su brazo que dirigió su mirada hacia el signo de fuego.

Leo abrió los ojos para toparse con la mirada atenta de Virgo clavada en él. Parpadeó un par de veces, intentado acostumbrarse a la luz que se filtraba por las paredes. Las sábanas no eran buenos cimientos, de eso no quedaba duda. Trató de levantarse, pero un peso sobre su pecho se lo impidió. Bajó la mirada para ver al signo del escorpión durmiendo sobre él con tanta naturalidad que no le quedaron ganas de espetar nada.

ERROR II: Fugitivos || ZodiacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora