Siempre les gustó creer que eran los elegidos. Un plan que se remontaba generaciones atrás, un plan para ellos. Crecer creyendo que ellos lo iban a lograr fue lo que los obligó a seguir adelante con tobillos rotos y cadenas en su cuello; y ahora que se acercaban al final, sentían que no eran suficiente. Querían creer que morirían en el punto más alto, que verían al sol a los ojos y sería esa bola de fuego la que cayera a sus pies. Ahora veían que no era más que una fantasía infantil. Las plumas comenzaban a despegarse, la cera se derretía y quemaba sus brazos. Y, al fondo del abismo, los cuerpos de aquellos que pavimentaron su salida los esperaban en una tumba sin nombre.
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