#00: Lethe y Eudor

894 27 32
                                    

Los presentes se encogían en sus lugares mientras la grave voz del Director resonaba en la sala de conferencias. En medio del cuarto, una larga mesa metálica color plateado rompía con la blanca armonía que las paredes y luces fluorescentes creaban. En las sillas, el resto de los miembros de La Directiva se mordían la lengua para no hablar antes de tiempo. Todas las sillas estaban ocupadas por personas de edad avanzada y batas blancas y, apiñados en las paredes, jóvenes pasantes miraban el piso, demasiado incómodos para alzar la vista.

El Director llevaba hablando casi quince minutos sin parar, echándoles en cara cada uno de los errores que no debieron haber cometido, repitiendo las mismas palabras que ya les había dicho. Todos los presentes debían estar ahí si querían mantener su puesto. Varios sólo podían sentirse agradecidos que no haber salido por la puerta trasera como lo hizo la mayoría de sus compañeros cuando esa fatídica noche terminó. Pero el regaño parecía no tener final y comenzaban a sentirse como niños pequeños.

Cuando la plétora de insultos hubo terminado, todos los asistentes sintieron que podían respirar. No importaba cuántas reuniones tuvieran, nadie podía terminar de acostumbrarse a que el Director se presentara en el complejo. Había algo con su presencia que era inquietante, por decir lo menos. Por lo general, él se mantenía lejos de esa locación; a él no le gustaba ese lugar y los de batas blancas no confiaban en él.

Así había sido desde que el proyecto comenzó. Mientras los científicos hacían de ratas de laboratorio y pasaban vidas enteras encerrados en reuniones interminables y salas estériles, el Director se encargaba de todo lo del exterior. Ese había sido el plan, así se habían repartido las obligaciones. Y todo estaba bien hasta que las cosas se fueron al caño.

Eso es lo malo de las cosas que tienen demasiadas piezas moviéndose al mismo tiempo: A la gente que trabajaba en el laboratorio se le olvidaba que los embriones que crearon en sus tubos de ensayos se habían convertido en personas que tenían una vida en las instalaciones; y a los que se encargaban de cuidar a sus sujetos de pruebas se les hizo fácil cortar su inexistente relación con el laboratorio. Ni hablar de la cabeza de la operación, que ahora se arreglaba las mangas de su bata al frente de la sala, él no figuraba en el cuadro más que una noche cada cinco años.

La misma noche que el mundo pareció terminar.

— Hagan el favor de retirarse— Dijo, con la misma voz grave, pero un tono más neutral.

Los primeros en obedecer fueron los pasantes que estaban de pie, peones que habían sido obligados a tragarse un regaño que no les correspondía, la mayoría apenas había llegado a ese lugar, se fueron aferrando sus sujetapapeles y tabletas, saliendo sin siquiera murmurar un «Con permiso» de cortesía a las personas que llegaban a empujar en su nada disimulado escape.

Los siguientes fueron los miembros de La Directiva. Los susurros de las batas blancas moviéndose cuando sus portadores se levantaban de sus sillas y caminaban hacia la salida, con más decoro que los pasantes, pero con el objetivo compartido de poner cuanta distancia pudieran en el menor tiempo posible. Algunos de ellos llevaban a sus asistentes, quienes se quedaron a recoger las cosas de sus superiores antes de seguir sus pasos.

— Usted no, señora Katsaros— La voz del Director se dejó escuchar una vez más, helando la sangre de más de uno. La mencionada pudo ver a un par de sus colegas tensándose, para luego relajarse cuando su apellido salió de los labios del otro— Necesito hablar con usted.

La pelirroja se detuvo en seco, sin importarle si un par de los asistentes impactaban contra ella y se escabullían por los pasillos dejando el eco de un «Perdone» como su único compañero en esa blanca habitación. Esperó hasta que la sala se hubo vaciado, hasta que los pasos dejaron de escucharse a la distancia, antes de girar sobre sus talones para encarar al hombre que ya estaba sentado en la silla del jefe. Estiró su saco con torpeza, deshaciéndose de las inexistentes arrugas, antes de tomar una bocanada profunda y forzar una sonrisa.

ERROR II: Fugitivos || ZodiacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora