CAPITULO 30

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Darío Palmar.

El rostro de mi mujer se mantiene en mi memoria todo el maldito tiempo, sus ojos color verde oliva y la sonrisa digna de apreciar. Los remordimientos no me dejan en paz, todas las cosas que hice mal con ella llegan cómo un soplete a quemarme en el propio infierno.

Sus moretones, lágrimas, quejas, súplicas me enchinan la piel y sirvo más whisky en el vaso de vidrio tratando de ahogar todos los recuerdos que no quiero y tampoco necesito.

La soledad de este lugar me hace analizar y pensar mejor, la llamada de Reina Delgadillo me dejó tenso y es ahí cuando los recuerdos volvieron con más intensidad.

—Tienes que regresar a casa, aguanta un poco más—le supliqué al ver que luchaba por mantener los ojos abiertos—Tenemos que regresar con nuestras hijas—acaricie su mejilla apartándole el cabello del rostro—Les prometí que te llevaría sana y salva.

Negó y la mirada se le comenzó a perder.

—Quiero que seas el padre que ellas merecen, protegelas y cuidalas cómo yo lo haría—pidio y de su boca comenzo a salir sangre mientras yo sentía cómo su vida se me escapaba de las manos sin poder hacer nada—Se el padre que toda su vida necesitaron.

—Perdoname—mis ojos ardían la opresión en el pecho comenzaba a incomodarme—Yo no supe cómo reaccionar al amor y a tu cariño.

—Te aseguro que te ame un chingo, Darío pero siempre me traicionaste—mientras más hablaba más me aferraba a ella—Supongo que al final siempre seré la mujer del diablo…—la sangre comenzaba a salir por su boca—Dile a mis hijas que las amo con todo mi corazón, y a ti también te amo.

Sus ojos se cerraron y su corazón dejó de latir para siempre llevándose una parte de mi podrida alma.

La mujer del Diablo" o “Narcomodelo" así era como le apodaban las revistas, periódicos, prensa, y esas jaladas amarillistas. No mentire al decir que no llegue a matar a unos cuantos periodistas que metieron las narices donde no debían porqué si lo hice y lo disfruté mucho 

Cuando conocí a Abigail Ferrer era una modelo amateur con un enorme sueño de convertirse en una de talla mundial, era estudiante de una academia que yo manejaba y patrocinaba, desde el momento uno en que vi su rostro, seguridad y cuerpo para modelar me atrajo totalmente. A mí lado he tenido cientos de mujeres pero ninguna cómo ella, de todas las que llegaron y se fueron ninguna tuvo comparación con Abigail.

Una mujer que cualquier hombre desearía tener, cariñosa, dedicada y paciente. Lastima que yo me di cuenta de ello demasiado tarde.

El lugar se mantenía en silencio pero es interrumpido por mi hija menor que entra limpiándose la cara. Sobre analizo sus facciones y tiene la mirada llena de temor y angustia, comienzo a preocuparme.

—¡Alto ahí señorita!—hablo cuando intenta seguir su camino sin saludar, me ayudo del bastón para ponerme de pie—¿Por qué lloras?.

—Nada, papá—se trata de limpiar el rostro pero no le funciona por qué salen más lágrimas—Estoy en exámenes finales, estoy frustrada y muy estresada, iré a dormir unas horas y ya estaré bien, no te preocupes.

Se desaparece en el pasillo y escucho azotar la puerta de su habitación, suelto el aire de mis pulmones y me vuelvo a sentar. Está a unas cuantas semanas de casarse y esperaría que estuviera emocionada pero no lo está, al contrario solo veo tristeza y mucha angustia en su mirar.

Algo está pasando y no me lo quiere decir, no he conocido a su futuro marido, las razones o excusas las llamaría yo, son porque según Aracely soy capaz de matar a su novio o no estar de acuerdo con su relación, pero a ella todavía no le queda nada claro que no debe buscar aprobaciones de absolutamente nadie, ni siquiera la mía.

Entre el Amor y el DeseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora