21.

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CAPÍTULO VEINTIUNO.

Doy vueltas en la cama de un lado a otro. Me destapo y me vuelvo a tapar. Me froto la cara, suspiro, me tiro del pelo y, otra vez, miro la hora: las cuatro y media de la mañana.

Podría llorar de impotencia porque no puedo dormir. Llevo cuatro días así y sé que es por culpa de no estar junto a Enoch. Él no lo sabe, claro, pero parece que no le cuesta nada dormir sin mí. Y eso nos molesta, ¿verdad?

Me siento en la cama para alcanzar mi botella de agua; estamos casi en junio y el calor del verano ya empieza a notarse.

Aunque no soporto el calor, mi estación favorita es el verano. Este año en particular estoy deseando que llegue, ya que iré a la playa por primera vez en mi vida.

Bebo casi la mitad del agua. Siguiendo un impulso repentino me bajo de la cama tras dejar la botella en la mesilla de noche. Camino hacia la puerta antes de que pueda arrepentirme.

Solo será una noche, solo una. Esto es como una droga, una vez que empiezas ya no puedes parar.

La oscuridad del pasillo me insta a echarme hacia atrás, pero no dejo que el miedo me gane. Con pasos firmes —más o menos—, me acerco a la habitación de Enoch.

Mi mano tiembla un poco cuando agarro el pomo, girándolo y abriendo la puerta con cuidado. La habitación está en silencio salvo por los suaves ronquidos del italiano. Incluso eso he echado de menos, ¿acaso estoy loca?

Su ventana está abierta —a diferencia de la mía— y una suave brisa refresca la habitación. Me dan miedo los bichos, por eso no me gusta dormir con la ventana abierta. Sé que es una tontería y que debería abrirla si no quiero morirme de calor pero... nah, prefiero derretirme.

Su cuerpo reposa sobre la cama plácidamente. Observo cómo sube y baja su pecho en un vaivén tranquilo y constante. Su pelo está enmarañado; eso me hace sonreír, ya que siempre se lo peinaba un poco sin que se diera cuenta.

No lleva camiseta y las sábanas se atascan en su cintura, lo que me da una maravillosa vista de su cuerpo.

Enoch Dachs es el paquete completo.

Armándome de valor me acerco al colchón, muevo un poco las sábanas y, finalmente, me tumbo en la cama, a su lado. Contengo el aliento cuando se gira y sus brazos me arrastran hacia él.

Durante unos minutos no me muevo, no respiro y no hago ningún ruido, esperando que su subconsciente no se dé cuenta que estoy aquí.

Estoy a punto de cantar victoria, cerrar los ojos, acurrucarme contra él y por fin dormir del tirón después de cuatro largos días... cuando Enoch abre los ojos.

Me quedo paralizada, observando cómo su ceño se frunce. Si no nos movemos, no nos ve. Rezo en mi fuero interno para que crea que está soñando y vuelva a dormirse.

—¿Aledis? —mierda—. ¿Qué...? ¿Qué haces aquí?

Se frota los ojos, quitando los brazos de mi cuerpo.

—No podía dormir —murmuro.

—¿Has tenido una pesadilla?

—No —mis ojos se llenan de lágrimas—. Es que te echo de menos.

—Llamas... estoy aquí —pasa el pulgar por mis mejillas, eliminando el rastro que dejan las gotas saladas.

—Echo de menos dormir contigo —corrijo—. Llevo cuatro días durmiendo sólo tres horas seguidas. Por favor, quiero dormir contigo.

—Aledis, ya hablamos de esto —su voz suena de manera comprensiva.

—No, tú hablaste —me separo de él, de su tacto, porque aturde mis sentidos—. Siempre es lo mismo. Tú, tú y tú. ¿Yo no puedo decidir, Enoch?

Infierno [+21] [TAI#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora