35.

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CAPÍTULO TREINTA Y CINCO.

—¿Le veis? —pregunto estirando el cuello todo lo que puedo.

—No, bambina, no le vemos porque aún no ha aterrizado.

—Le faltaban dos minutos —replico, mirando al guardaespaldas con molestia.

—Sí, hace treinta segundos —pone los ojos en blanco.

Me cruzo de brazos; los hombres y su manía de matarnos la ilusión. Le doy golpecitos al suelo con mi pie derecho, nerviosa.

El ramo de flores que le he comprado en la floristería del aeropuerto comienza a sentirse pesado en mi mano, así que se lo tiendo a Alessandro para que me lo sujete. Protesta, pero ahora mismo no me importa.

—No creo que tarde mucho más en aparecer —me comenta Alonzo acariciándome un hombro.

Y entonces mis nerviosa aumentan. Las puertas se abren y, de ellas, comienzan a aparecer todas esas personas que se han bajado de sus respectivos aviones.

Enoch viene en uno privado, ¿aparecerá por la puerta por la que entró? ¿O por la misma que todas estas personas?

Sea como fuere, me pongo de puntillas y comienzo a buscarle nuevamente. Es difícil no reconocerle, así que estoy segura de que cuando cruce cualquiera de esas puertas, le veré.

Y entonces estaré completa por fin.

—Quizá se haya perdido —comenta Alessandro de forma burlona cuando los minutos pasan y él no aparece.

—Cállate.

—Deja a la muchacha en paz, Aless —le regaña Alonzo.

—Sois unos aburridos. Obviamente no se ha perdido, el problema es que traerá una maleta extra para llevar todas las cosas que le haya comprado a su querida novia. Entonces, entre que las baja y no...

No termina la oración pues un grito le interrumpe. Mi grito.

Veo aparecer a Enoch entre la masa de gente y comienzo a gritar. La gente me mira y, por supuesto, él también.

En cuanto me ve sonríe, y yo me siento desfallecer. Pero algo tira de mí hacia él, un hilo invisible que quiere unirnos de nuevo.

No me resisto y comienzo a correr para reunirme con Enoch. Empujo a la gente, ganándome algún insulto, pero hago oídos sordos porque la persona a la que tanto he echado de menos está a escasos metros de mí.

Así que sigo empujando, haciéndome un hueco entre todas las personas, buscando encontrarme con él.

Y cuando por fin tengo un camino libre, acelero el paso, llegando hasta Enoch y saltando sobre él. Suelta las maletas; sus manos no tardan en sujetarme con fuerza contra su pecho, las mías se enroscan alrededor de su cuello, deseando no soltarle nunca.

Siento la firmeza de su cuerpo contra el mío, y me siento segura, completa. Inhalo su olor, ese que he extrañado tanto durante un maldito mes. Y él hace lo mismo conmigo.

Y, sin saber muy bien por qué, comienzo a llorar contra su hombro.

—No llores, llamas —me pide en susurros—. Estoy aquí, estoy aquí.

—Te he echado mucho de menos —le confieso, intentando dejar de llorar.

Es que no me creo que esté aquí.

—Joder, yo te he echado mucho más de menos. No pienso irme a ninguna parte nunca más, o al menos no sin ti —siento sus labios en mi cuello.

—Eso suena genial —admito, riéndome entre lágrimas.

Infierno [+21] [TAI#1]Where stories live. Discover now