37.

2.4K 141 80
                                    

CAPÍTULO TREINTA Y SIETE.

Enoch.

Mi novia duerme plácidamente sobre mi pecho. Aledis, mi novia. Quién me iba a decir a mí hace siete meses que terminaría enamorándome de la chica que compré para ser mi sumisa.

Al final va a ser cierto eso de que el amor llega cuando menos te lo esperas.

Creo que nunca había estado tan nervioso como ayer en la azotea. Al menos, claro, hasta que ella se me adelantó declarándose primero. Corresponder a sus sentimientos después fue pan comido.

Sinceramente, la incertidumbre de saber si sentía lo mismo que yo o no me llevaba matando semanas. Por mucho que mis amigos me dijeran que sí, prefería no ilusionarme hasta que me lo dijera ella misma.

Así que pensé, ¿qué mejor forma de hacerlo que teniendo una cena romántica y, si todo sale bien, cumplir con otra de sus fantasías?

Suelto un suspiro de satisfacción mientras sigo acariciando su pelo. No puedo creer que sea tan perfecta, tan increíble, tan suya... y tan mía.

¿Me puede dar un infarto de amor? Porque mi corazón late demasiado rápido.

La quiero muchísimo, joder.

Hablando del Rey de Roma... Aledis toma aire, lo suelta y se estira. Observo cada uno de sus movimientos, desde sus brazos sobrepasando su cabeza hasta la manera infernalmente atractiva en la que su camiseta se levanta, dejando al descubierto su ombligo.

Es preciosa.

Aún con los ojos cerrados, vuelve a su posición inicial, solo que esta vez se pega mucho más a mí. Pasa una de sus manos por mi pecho desnudo hasta llegar a mi mejilla izquierda, donde reposa su cálida mano.

Lo siguiente que noto son sus labios en mi cuello; contengo la respiración y mi polla, ya erecta de por sí, da una sacudida.

—¿No tuviste suficiente anoche, sumisa descarada?

—Nunca tendré suficiente de ti, amo controlador.

Reuniendo todo mi autocontrol, la separo un poco de mí. Me mira frunciendo ligeramente el ceño, y tengo que respirar hondo varias veces antes de hablar.

—No creo que lo estés notando, Aledis, pero créeme cuando te digo que te costará caminar. Así que, por mucho que queramos, hoy no vamos a follar.

—Puedo andar perfectamente —asegura.

Se prepara para demostrármelo pero, en cuanto se sienta en la cama, veo como hace una mueca. Lo sabía.

—Aledis... —no me mira—. ¿Te duele mucho? Lo siento, enserio, no pretendía... es solo que había pasado mucho tiempo y... mierda, no tendría... tendría que haberme controlado.

Vuelve la cabeza hacia mí y me sonríe.

—No te martirices, Enoch. No me agrada que me duela pero... no me arrepiento. Y tú tampoco deberías hacerlo.

—Pero no quiero hacerte daño. De ninguna manera. Porque te quiero, ¿lo entiendes?

Asiente, acercándose a mí y subiéndose a horcajadas. Me incorporo en la cama, sujetando sus caderas. Sus brazos no tardan en rodearme.

—Yo también te quiero, y sé que nunca me harías daño, no a propósito. No te preocupes, sobreviviré.

—Claro que sí —murmuro contra su cuello—. Mi chica fuerte.

Qué bien se siente poder decir que es nuestra, nuestra de verdad.

Noto como sonríe mientras sus manos se dedican a acariciarme el cabello. Admito que el masaje me calma y me adormece un poco, por lo que hecho la cabeza hacia atrás para besarla.

Infierno [+21] [TAI#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora