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CAPÍTULO CUARENTA Y DOS.

Enoch.

Echo la cabeza hacia atrás y recibo las últimas gotas de alcohol que quedan en la botella de whisky. Hago una mueca cuando el líquido quema mi garganta, pero sé que volveré a buscar una botella para repetir el mismo proceso.

No sé qué hora es, pero aún es de día.

Apenas he salido del despacho desde que recibí la llamada de mi madre, desde que eché a Aledis a la calle.

Dios.

He echado a mi novia.

Su expresión rota cuando le grité que se fuera me perseguirá toda la vida, y me lo merezco, porque he sido un completo hijo de puta. ¿Qué está mal conmigo?

Si mi madre no me hubiera llamado... Si no me hubiera contado nada... Si mi puta cabeza no fuera una maldita trampa...

Debería llamarla. No, debería ir a buscarla, explicarle todo, pedirle perdón y esperar a que esté lista para volver conmigo.

Estará en casa de Melania y Enzo, ¿no? Claro que sí, ¿dónde iría sino?

Ya, ¿pero y si no quiere verme? Es lo más seguro, dadas las circunstancias. Yo tampoco querría verme.

Soy gilipollas. Un auténtico gilipollas.

¿Cómo he podido dejar que mi cabeza creara esas imágenes y le rompiera el corazón al amor de mi vida?

Dejo la botella vacía sobre la mesa de mis despacho y me quedo mirando el suelo.

La echo de menos. Enserio, la echo muchísimo de menos. Creo que solo ha pasado un día, puede que ni eso, pero la echo de menos.

Lo peor de todo es que no la echo de menos como cuando fui a Alemania, no, la echo de menos de un modo que me asusta, porque temo haberla perdido para siempre.

Estiro el brazo, buscando mi móvil entre los papeles esparcidos en el escritorio. Estoy algo borracho —no recuerdo la última vez que me emborraché—, y tengo la vista un poco nublada, pero lo encuentro.

Ver el fondo de pantalla de mi móvil, el cual es una foto mía con Aledis, me provoca una punzada en el corazón.

Leo un mensaje de Enzo, de ayer, comunicándome que Aledis está con ellos y... ya. ¿Ya está? ¿No me grita? ¿No me insulta?

No puedo seguir pensando en ello mucho más, pues la puerta de mi despacho se abre y me centro en eso.

—Largo —ordeno, levantando la vista del móvil.

Sin embargo, antes de que pueda enfocar quién es, mi cabeza se echa hacia atrás a causa de un puñetazo. Suelto un quejido de dolor, soltando el móvil y llevando mi mano a mi mandíbula.

Pensé que esto solo pasaba en las películas, pero recibir el puñetazo hace que la borrachera se me pase de golpe.

Entonces veo que es Enzo.

—¿Qué...?

Me agarra por el cuello de mi camiseta y me estrella contra la pared. Forcejeo, intentando soltarme, pero en estos momentos él tiene más fuerza que yo y, además, está más enfadado.

—¿¡Por qué has echado así a Aledis!? ¿¡Por qué no has ido a buscarla!? ¿¡Por qué no estás en el puto hospital con ella!?

—Porque... —su última pregunta se repite en mi cabeza como una alerta roja—. ¿Hospital? ¿Qué hace en el hospital? ¿Qué le ha pasado?

Parece consternado cuando me suelta, dando un par de pasos hacia atrás. Me fijo en que sus ojos están ligeramente llorosos. La bilis me sube por la garganta y miles de pensamientos horribles azotan mi mente.

Infierno [+21] [TAI#1]Where stories live. Discover now