ÚLTIMO INVIERNO - LibertyLand4

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Aunque al principio dudé de sus intenciones, decidí confiar en él por última vez

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Aunque al principio dudé de sus intenciones, decidí confiar en él por última vez. Me prometió que nos encontraríamos bajo el viejo roble, el cual se hallaba desgastado por el invierno y el paso del tiempo.

Dejé caer la canasta junto a las raíces del árbol y miré de reojo el ponqué, todavía humeante, que decidí preparar para "celebrar" la ocasión. Fijé mis ojos en el lejano paisaje que tan bien recordaba y sonreí al notar que, a pesar de todo lo que había ocurrido, aún lucía hermoso. Podía ver la playa desde aquella colina, pero ningún barco se lucía en el horizonte. ¿Quedarían pescadores con vida? ¿Qué sería de los que no tuvieron la suerte de conseguir una máscara y oxígeno? Pensar en ellos me aterraba, prefería no hacerlo. No obstante, el particular color opalescente del agua, antes transparente, impedía que pudiera olvidar lo que había pasado. Era el mismo paisaje, igual de hermoso, pero el color del mar era distinto. No, era más que eso, el mundo ya no era como antes, no volvería a serlo jamás.

Una mano firme se apoyó sobre mi hombro y, sorprendida, giré en dirección al responsable. Era él, había cumplido con su promesa. Ambos guardamos silencio, pero el errático sonido de nuestros respiradores se ocupó de recordarnos que, por desgracia, no nos quedaba mucho tiempo.

—Viniste—mascullé.

—No te fallaría, no de nuevo—respondió, casi como un lamento.

Él fijó sus ojos en mi canasta y sonrió tan pronto vio el ponqué.

—No lo has olvidado—añadió—, es igual a los que solía preparar mamá.

—Será la última vez—le respondí—, disfrútalo.

—Aún no—sentenció, mientras dirigía sus ojos hacia el lejano mar—, quiero... Necesito pedirte perdón.

Negué con la cabeza, él se había impuesto una responsabilidad demasiado grande. Su misión era imposible, el fracaso era el único resultado posible y, sin embargo, aun así lo intentó.

—No debes disculparte.

—No es por esto, es por no haber podido cumplir mi promesa.

Lo miré de reojo y me sorprendí en cuanto me di cuenta de que él no pudo olvidarlo.

—No es tu culpa, ya te lo dije—insistí.

Pero él no me hizo caso. Por su parte, no dejaba de mirar con tristeza el mar opalescente, el mismo que, en un descuido humano, se llenó de veneno y terminó por condenar a toda la vida en el planeta. El oxígeno atmosférico llevaba meses disminuido, ya casi no quedaban supervivientes exceptuando, por supuesto, los afortunados que podían acceder a galones de oxígeno.

—Te prometí que cambiaría el mundo—se lamentó—, fracasé.

—Pero lo intentaste—respondí—, estoy orgullosa de ti.

Él me miró conmovido, pero enseguida regresó sus ojos al mar opalescente.

—Me quedan pocos minutos.

—Lo mismo digo—admití, resignada.

—¿Comenzamos?

Él se dejó caer junto al tronco del viejo roble y, con tristeza en sus ojos, sujetó el cuchillo para partir el ponqué y disfrutar, por última vez, de nuestros recuerdos, del azúcar y el oxígeno.

Él se dejó caer junto al tronco del viejo roble y, con tristeza en sus ojos, sujetó el cuchillo para partir el ponqué y disfrutar, por última vez, de nuestros recuerdos, del azúcar y el oxígeno

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Texto: LibertyLand4

Aesthetics: AntologiaLight

Antología: 4 EstacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora