CONTRASTE - LaKoalaPerezosa

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	Apoyo la mano en la pared al sentir un agudo pinchazo en el vientre que me dobla por la mitad

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Apoyo la mano en la pared al sentir un agudo pinchazo en el vientre que me dobla por la mitad. No es el primero; de hecho, cada vez son más frecuentes, lo que significa que la oxitocina está haciendo bien su trabajo. Identifico su aroma a flor de azahar antes de notar el suave cosquilleo de su cabello en el cuello. Su cálido aliento me acaricia la mejilla cuando pregunta:

―¿Cómo vas?

―Caminar está ayudando más de lo que pensaba.

Ella deja escapar una risa ahogada y yo me pierdo en el modo en que sus comisuras se alzan cuando me regala una sonrisa preñada de cariño; me pierdo en sus enormes ojos de cierva. Malena siempre ha envidiado mis iris azules, pero yo los encuentro insulsos comparados con la preciosa forma almendrada de los suyos. Protegidos por un bosque de largas pestañas, expresivos. Únicos.

Hago una mueca de dolor cuando una nueva contracción me sacude el vientre. Creo que ha llegado el momento, y con él todos los miedos que había conseguido relegar a un segundo plano. Voy a dar a luz en casa, sin epidural, a la antigua usanza. Malena insistió en ir al hospital, como hacen la mayoría de mujeres, pero los partos en horizontal son antinaturales y complican el proceso de forma innecesaria.

Cuando me quiero dar cuenta, estoy en nuestro dormitorio, en mitad de un círculo de toallas y aferrada al dosel. Me concentro en respirar como la comadrona me ha enseñado mientras contemplo cómo la incandescente luz del atardecer convierte el sudor que baña mi cuerpo en delicadas gotas de ámbar. Siempre he amado los ocasos porque llegué al mundo durante uno, en el solsticio de verano. Gabriel lo hará en otra de las noches más mágicas del año: Halloween.

Apenas escucho a la comadrona pidiéndome que empuje cuando me asalta la siguiente contracción, pues mi cerebro no puede concentrarse en otra cosa que no sea el profundo dolor que me desgarra desde el útero hasta la entrepierna. Es brutal, primigenio, insoportable, hace que quiera morirme y que mi garganta refleje mi sufrimiento en forma de gritos inhumanos. Pero también es liberador, me empodera porque, de repente, soy consciente de la increíble y bella hazaña que estoy llevando a cabo.

―La gravedad ha hecho gran parte del trabajo, pero necesito un último empujón más suave que los anteriores, ¿de acuerdo, Leire?

―Ya casi está, cariño ―susurra Malena a mi lado―. Estoy súper orgullosa de ti.

Y, en efecto, poco después me dejo caer hacia delante, exhausta, mientras escucho ese llanto que me llena de vida. Malena me ayuda a sentarme con cuidado de no volcar el barreño lleno de paños ensangrentados y «otras cosas» que flotan en el agua. Su mente de escritora lo calificaría de bahorrina, palabra que tuve que buscar en el diccionario la primera vez que se la oí porque no me creía que existiese.

Sonrío y lloro cuando la comadrona coloca a nuestro hijo en mis brazos.

―Bienvenido, Gabriel.

Texto: LaKoalaPerezosa

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Texto: LaKoalaPerezosa

Aesthetics: AntologiaLight

Antología: 4 EstacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora