Capítulo XVIII

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Narra Eärendur

Tras despertarme del confrontamiento con mi padre y hermano me levanté del suelo y observé el cielo, rugiente azulado y despejado de las nubes blancas que marchaban lentamente, como cerdos al matadero, directamente a la oscuridad de Mordor.

Aún desde la lejana distancia que nos separaba de la tierra que me vio nacer se puede observar la malicia de mi padre. Las nubes oscuras se entremezclaban con los vapores tóxicos que consumían el aire, generando una extraña capa de tonos rojos brillantes y apagados mezclado con oscuridad por toda la frontera montañosa. Todavía me preguntaba cómo había sobrevivido durante tanto tiempo allí dentro.

Rememorando la discusión con mi padre y hermano decidí de una vez por todas dejar de actuar como estaba antes. Él ya sabía donde estaba y a quién apoyaba, por lo que me era inútil seguir contendiendo mis poderes por temor a sus represalias. Si nuestros aliados tenían miedo de mí daba igual, mi objetivo estaba claro y no pensaba vacilar hasta cumplirlo o morir en el intento.

Pero rápidamente dejé de lado esa línea de pensamiento, encerrándola en una parte de mi psique hasta nuevo aviso, para centrarme en el problema que teníamos entre manos: Rohan estaba al borde de la destrucción; su rey, Théoden, seguramente dominado por la hechicería de Saruman; los pocos aliados que podíamos tener dentro de esta tierra desperdigados en su afán de destruir la maldad que su amada patria con los pocos recursos de los que contaban; y, mientras estaba pasando todo esto, en Orthanc las tropas se entrenan, forman y se arman para componer una hueste capaz de arrasar esta bella tierra de bravos jinetes. El número de orcos y otras criaturas que habrá reunido Saruman me son desconocidos, pero estoy completamente seguro de que serán suficientes para forzar a los hombres de marca a retirarse y luchar en una batalla defensiva a la desesperada en vez de dejarles lucir su habitad natural y librar la guerra por su hogar en campo abierto.

En eso recordé una fortaleza en particular que era el último recurso del pueblo de Rohan: el abismo de Helm. Dicha fortificación siempre había sido el último dique de contención de las hordas del mal y el pueblo de la marca, por lo que era normal que el enfrentamiento, de las piezas del tablero seguir como están, suceda.

Ese escenario no me gustaba nada. Podía ser una fortaleza fuerte, robusta y antigua, pero no contaban con los suficientes hombres para soportar las sucesivas oleadas de enemigos que caerían sobre sus muros. A las primeras luces del día sería masacrados.

La única solución existente era liberar los grilletes que aprisionaban la mente de Théoden y que reuniese a todos sus caballeros para cabalgar a la guerra. La mejor defensa es un buen ataque. Saruman no se lo esperaría y podríamos acabar con el mal que asola esta parte del mundo antes de que sea demasiado tarde, aunque no tenía todas conmigo. Ya pensaba que estábamos en medio de una rueda del destino que no había tiempo suficiente para detener su movimiento y cambiar su rumbo.

Eärendur: (Si mi destino se encuentra en esta tierra, pues bueno, lo aceptaré y libraré esta batalla. No pienso caer sin antes haberme llevado el máximo de enemigos posibles). Pensé mientras estaba intentando idear un plan para contrarrestar esta situación, aunque sabía perfectamente que era inútil intentarlo. – (Fue una estúpida decisión no utilizar los orcos que tenia en Moria. Nos podrían haber ayudado a escapar con más facilidad, inclusive, retrasar al Balrog y que no llegase al Puente de Khazad-dûm, pero creo que tienen una utilidad muy buena. Espero que sean buenos luchando contra Uruks) -. Pensé con una sonrisa de medio lado mientras maquinaba una estrategia con estos soldados, si se les podía llamar de esa forma, para tiempo a Rohan a prepararse para la guerra. Estaban desarmados, por lo tanto, todo tiempo que les diésemos para armarse era bienvenido.

Con ese plan en mente extendí mis brazos al aire y me concentré, cerrando los ojos incluso, y me centré en las voluntades que había aprisionado durante mi primera estancia en ese reino perdido del pueblo de Durin. Enseguida los noté. De los centenares que consigue en mi pequeño tiempo en ese lugar oscuro solamente quedaban unas pocas decenas, unos cien con suerte, ya que se habían peleado con otro grupo de orcos que les reprochó no haber intervenido como debían cuando la Compañía pasó por allí. No eran muchos, pero servían a la perfección a mis planes.

HIJO DE SAURONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora