XIII

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La contrariedad se esparció por su rostro antaño despreocupado cuando las primeras saetas solares inundaron la habitación, creando una ilusión llameante sobre las sábanas.

Flématico, apartó la tela, se sentó a la orilla de la cama y se llevó las manos a las sienes. Un molesto y aturdidor repiqueteo fue in crescendo dentro de su cabeza. Inconscientemente apretó los párpados, cegado por el agudo dolor de la resaca, hasta que se supo tomado de un brazo. El suave pero perceptible roce de una mano intrusa descendió desde su codo, trazando un recorrido que pretendía una procaz caricia, forzandole a abrir los ojos de golpe.

—Klaus— el nombre brotó de sus labios con una naturalidad amena e incongruente que lo azoró. Al punto Cinco esgrimió un gesto afilado. La mano tatuada había finalizado su camino hasta posarse como un tímido gorrión sobre su palma abierta, donde depositó el par de diminutas circunferencias blancuzcas.

—Aspirinas.

Hasta entonces Cinco levantó su inalterable mirada. De pie junto a la cama, Klaus le observaba solícito bajo sus largas y tupidas pestañas, oscilando en sutiles parpadeos sobre sus pupilas verde meladas, similares al caramelo fundido. Las líneas oscuras del delineador enmarcando los párpados inferiores hasta los lagrimales. Su barba de candado perfectamente recortada, realzando sus apuestos rasgos y dandole un aspecto otrora gallardo y varonil.

Cinco se fijó con detenimiento en sus jeans oscuros entubados, sorprendiendole la ausencia de las botas cortas, ahora reemplazadas por un par de zapatillas deportivas oscuras. No llevaba camisa pero su pecho iba cubierto por un chaleco verde acolchado de forro polar desabotonado que contrastaba con su excepcional mirada. Llevaba en la mano un vaso transparente de vidrio esmerilado. Apenas le dio tiempo a sobresaltarse de que Klaus tomara asiento junto a él para hacerle entrega del utensilio con agua fría.

Con la indignación propia de alguien de principios sobrevalorados, Cinco arrojó el par de fármacos a su boca e hizo su cabeza hacia atrás para facilitar la toma.

Su mente dolorida y confusa hilando recuerdos vagos y desenfocados. La riña en el comedor, Dolores, la desmedida ingesta de alcohol a horas tardías.

—Klaus, sobre lo que ocurrió ayer— abordó con diplomacia, limpiándose los labios con la manga del saco para escrutar a su solemne receptor, quien hizo un descuidado aspaviento con la mano, se alzó de hombros con la indiferencia propia de su alcurnia y le dedicó una sonrisa grácil, casi ilustre.

—¿Ayer?, ¿Qué pasó ayer?, yo no recuerdo nada.

De nuevo el histrionismo teatral salió a relucir en sus ademanes, reverenciando una redoblada pantomima de pseudo amnesia que Cinco agradeció muy profundamente, pese a que sus labios sellados se rehusaron a responder de buena gana al comienzo. No quería revivir la querella. Ni siquiera sabía qué debía decir, en el hipotético lance de que hubiera algo sobresaliente en lo que horadar dentro de tan absurdo perífrasis.

"Estoy enamorado de Cinco"

Los vellos del brazo se le erizaron ante el mero y obtuso recuerdo.

—Nadie va a molestarte en el comedor— murmuró repentinamente Klaus al tiempo que se dejaba caer de espaldas sobre el colchón. La ceja izquierda de Cinco se curveó con implícita curiosidad.

—Ah, ¿No?

—No. Ya he hablado con todos y están de acuerdo en dejar el tema en paz.

—¿Y se puede saber a qué se debe la intromisión exclusiva de tu parte en tan inextricable tema que también me concierne, Klaus?— indagó medio a la defensiva, girando el cuerpo para contemplar a Klaus acariciandose la barbilla en aparente estado de meditación.

—Me confundes, Cinco— dijo al cabo, levantando el torso lo suficiente para llegar al cuerpo del susodicho y enroscar su mano en la floja corbata para tirar de él y escudriñar de cerca su agraciado rostro—. Me pones reglas ridículas que no puedo seguir. Te beso y me lo permites, pero después te molestas y me apartas. Luego me buscas y tienes algo que me provoca demasiado. 

—Klaus— la amenaza velada destelló en los irises azul acero, perdiendo intensidad a medida que su cuerpo se inclinaba sobre el del susodicho—. Estoy aquí porque debo detener el apocalipsis— susurró endeble contra la sonrisa ladina de Klaus—. No para...lo que sea que tengamos.

Pese a que sus palabras eran frías y afiladas como dagas, no opuso resistencia al sutil roce de labios. Antes bien cerró los ojos y permitió bajo un electrizante espasmo que la escurridiza lengua invadiera su boca y profanara su cavidad con la experticia propia de un libertino. Las sensaciones sin etiquetar detonaron y fluyeron libres por su cuerpo, la sangre le burbujeaba caliente en las venas, absorbiendo todo rastro de lúcido raciocinio. Apenas fue capaz de procesar, jadeante y preso de la epicúrea mirada encendida de Klaus.

—Son solo besos, Klaus— consiguió articular, jadeante y sintiendo el arrebato de las hormonas adolescentes más alborotadas que nunca. Trepó como un felino al acecho, ascendiendo hasta el plexo contrario para ser él quien tomara el control del beso. No acabó de acomodarse cuando se sintió virar raudo sobre el colchón, súbitamente remolcado y atrapado por el cuerpo de Klaus—. No estamos saliendo ni somos pareja— le aclaró monocorde y agitado. Su rostro atrapado en las manos de Klaus que no dejaban de esparcir caricias en sus mejillas con los pulgares —. No va a cambiar en nada nuestra situación, ni me impediras ver a Dolores. A todo esto— surgió la imperiosa duda—. ¿En dónde esta Dolores?

—Cinco.

—¿Si?— moduló, titubeante y sibilino. Klaus lo besó con suavidad en la comisura izquierda.

—Solo cállate— masculló, elevándose un poco más sobre sus palmas. Su respiración ronca y su aliento tan caliente como su propio cuerpo. Sintió a Cinco estremecer violentamente cuando lo mordió sagaz en el costado del cuello antes de subir de vuelta a sus sedosos y apetecibles labios, donde apretó los suyos con legítima fruición. Su cuerpo casi temblando en deleite y a la expectativa.

Y entonces el calor se esfumó tan rápido como vino cuando la puerta fue abierta de par en par y la silueta incordió con su molesta voz, haciendo trizas la atmósfera de vehemencia entre ellos.

—Whoa. Vayan a un hotel— aconsejó Diego, ceñudo—. Y mejor que lo hagan pronto. Grace viene para acá.

Y así como llegó, se fue. Klaus se dejó caer junto a Cinco. Su corazón bombeando a todo galope y sus dedos buscando a tientas la mano de Cinco para afirmarla entre la suya.

Aunque reticente al comienzo, Cinco le permitió tomarle la mano. Un extraño mareo lo aquejaba. Sus ideas desconectadas y su mirada perdida en el techo de la habitación.

—No quiero ser metiche, pero ¿A qué no sabes que pasó mientras dormías?— bisbiseó Klaus, alzando su brazo para besar con delicadeza el dorso de la mano de Cinco—. Vino la copia barata de Ken y tú maniquí se fugó con él. Les vi irse por la ventana.

Rodando los ojos con plena indolencia, Cinco exhaló hondamente.

—Klaus...

—¿Si, encanto?

—Cállate— demandó, incorporándose a medias para colisionar sobre sus labios una vez más.

Quid pro quo.Where stories live. Discover now