XVII

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Había hecho su octava teletransportación de la noche a una discoteca de renombre apodada Apotheke Cocktail.

El bar estaba ubicado en uno de los barrios cerrados próximos a las subdivisiones de los suburbios. Circundado de casonas cercadas por lagos artificiales y oficinas en forma de peceras de cristal. Se trataba de una infraestructura cuyas decoraciones exteriores daban cierto aire a las suntuosidades de los bares de París del siglo XIX, cuando abundaban los fumadores de absenta en la gran urbe.

Para llegar al singular establecimiento, Cinco tuvo que ingresar por el estacionamiento bordeado de sendos jardines artificiales ornamentados con exóticas y tintineantes luces de neón. Los altos setos hacían la función de muralla dentro de aquel mágico pasadizo.

Hondamente soseído, perdió por completo la noción del tiempo entre los giros de cada recodo, adentrándose cada vez más en ángulo recto por el enrevesado tramo, hasta que pudo divisar la figura corpulenta de uno de los cadeneros que custodiaban la entrada.

El aroma a licor, hierbas y frutas de los cócteles le llegó arrastrado con la suave brisa nocturna.

El deslumbrante brillo de las copas de cristal austriaco resplandecía bajo la mortecina luz de las farolas a manos de la horda de personas que abandonaban a horas tempranas la discoteca en Montgomery County.

Estaba por ejecutar su siguiente teletransportación cuando se descubrió rodeado de ocho individuos trajeados que aparecieron en apenas un parpadeo mediante una emisión de continua y diligente luminiscencia, abriendo un campo electromagnético en derredor gracias al circuito de retroalimentacion de sus maletines, limitando su periferia y cerrandole cada punto ciego en su rango de escape. Todos portaban armas y una expresión imperterrita acorde al sobrio uniforme que en algun momento Cinco había llegado a utilizar.

—Caballeros. Tiempo sin verlos— saludó Cinco veleidoso, plisandose el cuello del saco en aparente estado de calma pese a saberse apuntado por todos ellos—. ¿Qué tal marcha todo en la centralita?— simuló interés.

Con rictus de enojo, el hombre calvo a su derecha adelantó el cañón hasta posar con firmeza la boquilla métalica contra la frente de Cinco.

—Sin juegos, sabandija— mascó, instando al resto a acercarse— Vendrás con nosotros a la sede de la comisión Temps, si te resistes...

—¿Me golpearas hasta la muerte con una copa?— se mofó Cinco, de brazos cruzados, sus comisuras elevándose en evidente autosuficiencia cuando su atacante reparó en el reemplazo de su arma que ahora yacía en las manos de Cinco.

Bien. Uno menos.

Quedaban siete.

—¡A él!— gritó el sujeto a sus espaldas. El grupo entero se arremolinó. Destellos de energía intermitente se dejaron ver a lo largo del establecimiento con una rapidez impresionante.

A cada ataque, Cinco respondió con habilidad, haciendo uso de la teletransportación, desvaneciéndose en un punto y reapareciendo en otro, tomandoles con la guardia baja para contraatacar a cada uno de los embates en medio de una sangrienta trifulca donde se erigió vencedor absoluto.

Para cuando acabó con el último agente, ya era entrada la madrugada. De pronto la molesta lasitud lo abatió y permaneció largo rato contemplando el macabro lienzo de complexiones sin vida a sus pies.

Tenía el cuerpo empapado y su flequillo destilando gruesas gotas sanguinolentas que caían a intervalos sobre su rostro.

Pese a no haber arrepentimiento en su faz, Cinco se inquietó ante los posibles escenarios que podrían sucederse cuando más miembros de la comisión retornarán en su búsqueda.

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