CAPÍTULO 3 PARTE 2

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PRIMER ENCONTRONAZO CON PIERO, EL SEXI ITALIANO

Pasaron el resto de la mañana encerrados en la biblioteca. Al principio, la repentina huida de Berta los dejó silenciosos, pero poco a poco se abrieron paso conversaciones entre ellos y al rato se respiraba un ambiente animado en la sala, aliñado con un intenso olor a cera. Berta volvió y retomó su tarea, aunque no dijo ni una sola palabra hasta que dieron por concluida la jornada matutina.

Después de comer, Lara quiso irse a su cuarto a descansar un poco. No estaba acostumbrada al esfuerzo físico y el trabajo, aunque no era duro, repetía gestos mecánicos que le estaban provocando dolores musculares. Se dio una ducha, para quitarse el olor a cera, y se recostó en su cama, donde se quedó dormida al instante. El madrugón y el viaje le estaban pasando factura a su cansancio. Una hora después, Paola fue a buscarla. La tarea no había concluido, solo había sido un receso necesario para reponer energía.

—¡Me duele todo! —se quejó Lara.

—Serán los dos primeros, días, seguro que se te pasa. De todos modos, no hace falta que esta tarde sigas con nosotros. Vamos bien de tiempo. Si quieres puedes echar un vistazo al resto. Hace mucho que no venías y no es lo mismo la obra que el resultado. Piérdete por el lugar y empieza a familiarizarte con él.

—¿No te importa?

—No me importa, señora directora —dijo Paola, con una sonrisa—. Nos podemos apañar sin ti esta tarde.

—Mañana sin falta sigo encerando, pero te agradezco que me perdones hoy. Soy una blandengue...

—No estás acostumbrada, eso es todo. Anda, date una vuelta.

Lara se encaminó al monasterio. En el trayecto vio Piero. Estaba en el límite del viñedo. Allí tenían un barril de los que usaban para el vino lleno de agua para refrescarse y era lo que estaba haciendo el italiano. Metió la cabeza en él y cuando la sacó, el agua resbaló por su camisa blanca, haciendo que se le pegase al cuerpo y que pareciera todavía más sexi de lo que ya era. Lara ahogó un gemido, aunque lo que no quería que se le ahogase fue la sensación de hormigueo en su sexo que le había producido aquella visión.

Piero no la había visto, lo hizo cuando puso rumbo de nuevo a las viñas. La saludó con un gesto de la cabeza, sin pararse siquiera, y Lara pensó que tendría que ganárselo para que no fuera tan arisco con ella. No sabía qué había pasado con ese chico resuelto y de buen humor que había llegado hacía años a su casa, para que se hubiera convertido en un hombre tan seco. Sabía de la animadversión por su proyecto, pero le parecía una actitud infantil, ya que estaba todo en marcha.

Suspiró al verlo marchar. Le hubiera gustado hablar con él, que esa sensación que palpitaba en su sexo se mantuviera un rato más, pero no le dio opción. Estaba claro que tenía que empezar a ganárselo.

El monasterio estaba precioso. Si no fuera porque la capilla seguía en ruinas, podría parecer que lo acababan de construir, que se habían trasladado a la Edad Media y en cualquier momento aparecerían los monjes que en su tiempo fueron quienes ocuparon aquel lugar en medio de Castilla. Lara atravesó la puerta de acceso para las familias y dejó a la derecha la biblioteca, donde la familia de Carmen seguía encerando. Echó un vistazo rápido a la siguiente estancia, el cuarto de calderas, que estaba terminada y lista para que se pusiera en marcha la calefacción cuando llegasen los rigores del invierno castellano.

—Por aquí debe andar la recepción —se dijo en voz alta.

Sus pisadas resonaban en el suelo cubierto de baldosas de barro en tono teja cuando atravesó el espacio que llevaba a la zona de bienvenida de los clientes. Habían dispuesto una barra de obra recubierta en piedra y rematada por listones gruesos de la misma madera que cubría la encimera y coronaba el dintel de la puerta. Las paredes, como las del resto del monasterio, dejaban la piedra vista, salvo detrás de la barra. Ese muro se había enyesado y pintado con un tono muy parecido al de las baldosas del suelo. En el centro, un gran logotipo con el nombre del complejo ocupaba media pared: Monasterio de las Viñas. La tipografía se acomodaba en una gran losa de piedra y, enmarcándola aparecía el dibujo de un arco de medio punto en el mismo tono dorado de las letras. Unas luces situadas a ambos lados la resaltaban y el resultado era un ambiente muy cálido.

Amor en el viñedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora