CAPÍTULO 19

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Lara había intentado por todos los medios que la benemérita no pisara por el Monasterio, pero aquello ya era un problema grave que no podían ignorar. No eran unas ovejas fugadas, una agenda desaparecida o unos bombones en mal estado que nadie sabía de dónde habían salido. Era algo mucho más grande.

Luis cogió una linterna y ambos corrieron hacia el coche. Por más que miraron en los alrededores y que gritaron su nombre, Lara no dio señales de vida.

Mientras Paola marcaba el 062 y se ponía en contacto con la central de Valladolid, Piero se maldijo por no haberse movido de casa, por no haber acudido al Monasterio con ella.

—Tenía que haber ido con ella —gruñía.

Luis no encontraba las palabras. Al desconcierto de no encontrar a su hija le sumaba el haberse despertado con sobresalto y no acabar de entender quién podría tener algo tan grande en contra de su familia como para haberse llevado a su hija en plena noche.

A Paola le dijeron que enseguida mandarían la patrulla de Peñafiel que estaba de servicio y rápidamente llamó a su marido para que volvieran a la casa a esperarlos. Los veinte minutos que tardaron fueron eternos. Los dos agentes se personaron en el viñedo a bordo de su todoterreno, cuando pasaban varios minutos de las seis de la mañana.

—Buenas noches, soy el cabo Montes —dijo un agente, que debía andar por la treintena.

Luis le estrechó la mano a al cabo.

—¿Pueden contarnos qué es lo que ha pasado?

—No lo sabemos —dijo Luis.

—Pero habrán llamado por algo, ¿no?

—Sí, sí. No encontramos a mi hija. Se llama Lara, tiene 26 años...

—¿Han probado a ver si está durmiendo? —preguntó el cabo, interrumpiéndole con fastidio.

A Piero no le hizo ninguna gracia la ironía del cabo Montes. Se encaró con él, a la vez que comenzaba a gritarle.

—¡Había quedado conmigo y no ha venido!

—Señor, ¿sabe usted las veces que hay gente que no acude a sus citas? ¿Se imagina que todo el mundo nos llamase para que investigásemos sobre ello? No entiendo qué es lo que hacemos aquí, si solo es eso. En la central han tenido que cometer un error, nosotros no mediamos en cuestiones sentimentales.

Hizo amago de marcharse y el otro agente le siguió.

—¿Y esto?

Piero le mostró su mano con restos de sangre, furioso por la contestación del guardia. Paola decidió que debía intervenir antes de que las cosas con los agentes se descontrolasen. Parecía que no les había hecho mucha gracia tener que acudir hasta allí a esas horas de la madrugada.

—Escuchen, agentes —gruñó Paola, que hasta ese momento había permanecido más o menos serena—, Lara, nuestra hija, ha desaparecido —dijo, mirando al cabo a los ojos—. No le voy a consentir que ponga en duda lo que le estamos diciendo. No somos tontos, como todo el mundo, entendemos que a veces las personas cambian de opinión y no acuden a sus citas, pero si les hemos llamado es porque hay algo más. En medio del camino que comunica la puerta del hotel con esta casa está su coche con la puerta del conductor abierta. Cuando Piero lo ha visto, ha ido hasta él y ella no estaba dentro. Ha cerrado la puerta, se ha dado cuenta de que ha tocado algo húmedo. ¿Ha visto lo que aún tiene en su mano?

Piero extendió la palma de nuevo hacia el agente, que se percató entonces de los restos de sangre seca entre los dedos.

—Hemos estado llamándola, pero no contesta. Creo que teníamos razones para molestarles y por eso les han hecho venir desde la central, no porque necesite agentes de la autoridad para mediar en cuestiones sentimentales.

Amor en el viñedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora