CAPÍTULO 20

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Piero no se iba a quedar quieto esperando a que la Guardia Civil hiciera su trabajo, tenía que encontrar a Lara como fuera. Si intentaba pensar en alguien oscuro alrededor de ella solo se le ocurría el recepcionista, así que no se lo pensó, cogió el coche y se fue hasta Peñafiel para buscarlo. Antes le preguntó a Miguelito si sabía cuál era la casa que había alquilado, y este se lo contó.

Condujo furioso hasta que llegó a las inmediaciones. No se preocupó ni siquiera de aparcar bien su furgoneta, la soltó de cualquier manera, sin preocuparse de cerrarla o de quitar las llaves.

En cuanto localizó la puerta, llamó al timbre, pero estaba tan impaciente que se dedicó a aporrearla con fuerza.

—¡Voy! —se escuchó una voz femenina al otro lado.

A Piero, esa voz no le resultó desconocida, por lo que se inquietó. La puerta cerrada podía estar confundiéndolo, pero sabía que la conocía.

Durante un instante pensó en si podía tratarse de Lara, aunque lo descartó de inmediato. No tenía sentido de que desapareciera y la encontrase con tanta facilidad en la casa del recepcionista.

La puerta se abrió y al otro lado estaba Berta, con cara de mucho sueño.

—Piero, ¿qué haces aquí?

Este también se sorprendió y le preguntó a la vez:

—¿Y tú? ¿No ibas a pasar la noche en casa de una amiga?

La chica se sonrojó primero y después se enfadó.

—Oye, que tú no eres nada mío, no te metas en mi vida.

—No me estoy metiendo en tu vida, creía que tus padres habían dicho que estabas con una amiga. Me da igual con quién estés. A quien quiero ver es a David.

Berta negó con la cabeza.

—Me has despertado tú, David no está.

—¿Estás segura?

—Pasa, si quieres comprobarlo —le retó.

Piero no se lo pensó. Entró en tromba en la casa alquilada del recepcionista y lo buscó en todas las habitaciones. No había ni rastro de él.

—¿Has pasado toda la noche con él? —preguntó a Berta.

—¡A ti qué te importa! —le gritó ella, a la vez que hacía un gesto como si le doliera la cabeza al hacerlo.

—Berta, esto no es un juego, ¿ha estado toda la noche contigo? ¿Cuándo se ha marchado?

Berta seguía renuente a darle información, pero la insistencia de Piero, que cada vez se estaba poniendo más nervioso y gritaba con más ímpetu, le dijo que aquello era importante, que quizá si estaba allí, con lo mal que se llevaba con David, era por algo.

—¿Qué ha pasado? —se decidió a preguntar.

—Ha pasado que Lara ha desaparecido. No la encontramos y tu amiguito tampoco está —contestó él con dureza.

Berta se echó a llorar.

—Eh, ¿qué pasa? Perdona, Berta, estoy demasiado nervioso. ¿Por qué lloras?

—Ayer me invitó a pasar la noche con él, pero no me acuerdo de nada, creo que me quedé dormida después de que me invitase a una copa. No sé qué ha pasado esta noche, no tengo ni idea de si me ha hecho algo sin mi consentimiento.

—Ven conmigo, vamos al viñedo.

—Mis padres me van a matar —dijo ella.

—Ahora deja esa preocupación, tus padres, como mucho, te echarán una bronca. Primero hay que encontrar a ese hijo de puta. Creo que te trajo aquí para tener una coartada.

—Tú crees que se ha llevado a Lara.

—Estoy seguro, Berta.

Bajaron a la calle, cogieron la furgoneta y volvieron al viñedo. Berta, cagada por la bronca que se iba a llevar de Juanjo. Piero, con la sangre hirviéndole. Como se encontrase con David tendría que correr todo lo ancha que es Castilla, porque lo iba a perseguir hasta que lo atrapase y le diera su merecido. Había utilizado a una niña, de eso estaba seguro.

Y su corazón le decía que también se había llevado a Lara.

Al pensar en ella, sintió un tremendo dolor. Lara era su mitad, tenía que demostrárselo, tenía que convencerla, pero antes tenía que encontrarla.

Viva, si era posible.

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Amor en el viñedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora