🏹14🗡️

190 31 2
                                    

Llevaba algunos días en Britmongh y desde esa pequeña conversación, el rey no había aparecido. En realidad sabía en dónde se encontraba prácticamente todo el tiempo, el problema era que yo no podía moverme a ninguna parte sin su autorización. El soldado que había estado custodiando los calabozos y quien había transmitido mi mensaje se había convertido en mi guardaespaldas personal. Me seguía a todas partes y se encargaba de obedecer cada orden que el rey le daba para mantenerme prisionera.

Ese hombre ordenaba que me mantuvieran en la habitación mientras él cenaba y solo podía bajar una vez que hubiera terminado. Cuando llegaba al comedor lo único que había sobre la mesa era el plato que había utilizado ese hombre así que prácticamente llevaba sin comer desde mi llegada.

Mentira, el guardia se apiadaba de mí y me daba un poco de pan y agua. No siempre, solo cuando se cansaba de escuchar mis quejas y lamentos.

Por otro lado estaba Einar, quien se había vuelto algo parecido a mi mano derecha y se encargaba de informarme de todo lo que ocurría dentro y fuera de Britmongh. Era una buena compañía pese a lo extraño que podía resultar verlo siendo un señor con familia pero fuera de eso, era de gran ayuda.

— Señorita, el rey desea verla. — Alcé la ceja aunque sabía que el guardia no podía verme a través de la puerta.

Desear verme era lo último que quería ese rey.

Con toda la calma del mundo me levanté y abrí la puerta. Allí se encontraba mi simpático guardaespaldas, tan sonriente como siempre.

— ¿Dónde? — Pregunté sin rodeos.

— En la sala de tronos. — Respondió con sequedad.

Tan simpático.

Después de cerrar la puerta continué moviéndome con lentitud. No tenía prisa por llegar, si tanto le urgía hablar conmigo podía haberme visitado en mis aposentos.

Un paso adelante y luego el otro, con clase y sin bajar nunca la frente.

— Majestad, he traído a la mujer como ordenó. — Fue lo único que dijo el chico cuando llegamos y luego de una corta reverencia desapareció.

Yo no iba a reverenciarlo, no después de haberme azotado.

Caminé de la misma forma hasta llegar a encontrarme frente a él. No iba a hacer lo que tenía en mente pero luego de ver la forma en la que me miraba decidí hacerlo. Subí los pequeños escalones que había y me senté en el trono que se encontraba junto al suyo.

Sus ojos habían estado siguiendo todos mis movimientos. Su rostro se había mantenido inexpresivo hasta que me vio sentada allí, solo entonces pareció haber tomado algo realmente amargo y desagradable.

— Debería acostumbrarse. — Le dije con tranquilidad mientras observaba cómo su mano apretaba el antebrazo del trono. — Le guste o no, en estos momentos su cabeza y la mía se encuentran en el mismo nivel.

— No la he llamado para esto. — No estaba contento pero al menos no era grosero. — Usted dijo que había llegado para ayudar.

— Sí, lo dije justo antes de ser azotada. — Asentí repetidas veces. — ¿Cuál es su nombre?

— No es de su incumbencia. — Me había adelantado al decir que no era grosero.

— Discúlpese por azotarme y ayudaré en lo que pueda. — En ningún momento había alejado mi mirada de la suya.

— ¿Disculparme? — Sus comisuras se elevaron con fastidio. — Jamás, espía.

— Bueno, entonces fue un gusto hablar con usted. — Me puse de pie y bajé los escalones. — Que tenga buen día. — Caminé hacia la salida sin girar a verlo.

Pasé por el lado de mi guardaespaldas y juntos caminamos nuevamente hacia mi aposento y por lo mismo, su puesto de trabajo. Con él ya ni siquiera intentaba hablar porque me había dado cuenta de que era más fácil que el rey me respondiera a que el guardia lo hiciera. Era realmente difícil sacarle las palabras y solo contestaba cuando era una pregunta simple o cuando podía responder con monosílabos.

Lo único que sabía de él era que se llamaba Kamal y que era muy gruñón.

— Espere, mejor acompáñeme al exterior. — Por su expresión supe que no estaba de acuerdo pero por suerte aceptó.

No solía permitirme moverme de un lado a otro sin avisarle al rey el lugar en donde estaríamos, si es que daba su autorización. Sin embargo, esa tarde ni siquiera intentó ir con su jefe.

— Esto es deprimente. — Murmuré cuando nos encontramos en el exterior.

Todo era gris. Lo era el cielo y por lo mismo el mar, incluso el suelo parecía reflejar ese color. Era triste ver un lugar como ese de esa forma.

— Debió ser un lugar mágico. — Tomé entre mis manos un poco de la hierba seca que quedaba en el suelo. — Y lo has consumido casi todo...

En esas tierras solo se sabía que era de noche cuando una oscuridad absoluta se cernía por todas partes. Era algo irreal, pero parecía que ni siquiera las antorchas podían iluminar esa enorme masa de oscuridad.

Me gustaba imaginar que mamá y papá habían estado sentados en el pasto, justo en donde me encontraba yo. Cerraba los ojos intentando imaginándolos un poco más jóvenes y teniendo sus conversaciones extrañas, ya fuera mamá explicándole cosas de la modernidad o papá diciéndole que su comportamiento no era el de una señorita.

— Te echo de menos...— Susurré con la voz quebrada.

Un par de lágrimas amenazaron con escaparse pero antes de que eso sucediera me pasé los dedos.

En esos momentos no podía llorar. Tal vez cuando todo terminara me fuera a echar una buena llorada pero mientras tanto no.

Me mantuve sentada en la árida tierra durante lo que para mí parecieron minutos. Mi mirada se perdía entre el cielo, las nubes y los distintos matices de gris que ambos tenían.

Lo curioso era que a pesar de parecer que iba a llover, jamás sucedía. Esas tierras no habían visto ni una sola gota durante mucho tiempo.

— Señorita. — Era mi señal, debía entrar al castillo.

Me puse de pie sin emitir palabra alguna e ingresé de la misma forma. No sabía si era porque se había acostumbrado a que hablara todo el tiempo pero sentía su mirada fija en mi nuca.

Estaba bien, solo necesitaba un poco de silencio para acomodar mis ideas. 

Flecha de Fuego© EE #6Where stories live. Discover now