Capítulo 19

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El Viajero del Alba navegó durante varios días, deslizándose en un mar sin olas y sin viento ni espuma bajo la proa. Cada día y cada hora la luz se hacía más brillante, pero aún la podiamos mirar.

Nadie comía ni dormía y ninguno lo necesitaba, todo el mundo a bordo se sentía lleno de felicidad y emoción.

—Cariño —me dijo Caspian un día—, ¿qué ves allá adelante?

—De hecho —respondí—, veo blancura. Por todo el horizonte de norte a sur, hasta donde pueden ver mis ojos.

—Eso es lo mismo que veo yo —dijo Caspian—, y no puedo imaginarme qué será.

—Diría que se trata de hielo. Pero no puede ser, no en este lugar.

La blancura no se hizo menos misteriosa a medida que nos acercabamos a ella. Cuando ya estábamos muy cerca, Drinian dio un fuerte vuelco al timón e hizo girar hacia el sur, de modo que quedó dando el costado a la corriente, y comenzaron a remar un poco en esa dirección, por el borde de la blancura.

— ¿Puedo bajar?— pregunté a Caspian con anhelo de aventura—, Aún nadie logra descubrir qué es eso blanco.

— Puede ser peligroso.

— No lo creo, por favor...

Caspian cerró los ojos y soltó un suspiro largo, sonreí sabiendo que lo había convencido, a regañadientes pidió que me bajarán hasta allá. Cuando llegué a ver lo que estaba sobre el agua me asombre en gran manera y reí al ver que no era gran cosa.

—¡Nenúfares, su Majestad! —grité hacía arriba.

—¿Qué dijiste? —preguntó Caspian, que se mantenía apoyado en el borde del barco por si algo me sucedía—. No logré entender.

—Son lirios de agua en flor.

—Miren —gritó Lucy, que estaba en la popa del bote, y levantó sus brazos mojados llenos de pétalos blancos y hojas planas y tiesas.

—¿Qué profundidad tiene? —preguntó Drinian.

—Eso es lo curioso, Capitán —contesté—, aún es profundo. Fácilmente, unas tres y medias brazas.

—No pueden ser nenúfares verdaderos; no lo que nosotros llamamos nenúfares —dijo Eustace.

Posiblemente no lo eran, pero eran muy semejantes a los lirios de agua. Volví a subir, Caspian tomo mi mano impulsandome hacía su cuerpo para adentrarme al barco.

— Estás congelandote.

— No tengo frío— susurré y Caspian nego tomando su abrigo que estaba por allí cerca—, no miento.

— Aún así, estás helada.

Por su aspecto, este último mar era muy similar al Artico; y cada tarde esta blancura prolongaba más la luz del día. Parecía que los lirios no tuvieran fin.

— ¿En qué piensas?— pregunté a Caspian.

— En hacer una locura.

— ¿Puedo saberla?

Él me miró y soltó un suspiro cansado.

—Bajen el bote —gritó Caspian— y luego reúnan a los hombres en la popa.
Quiero decirles algo.

—¿Qué irá a hacer? —susurró Eustace a Edmund—. Hay algo muy raro en su mirada.

—Creo que a lo mejor todos tenemos esa mirada —dijo Edmund.

— No— dije para ambos—, Eustace tiene razón, tiene algo en mente que no me va a gustar.

Nos reunimos con Caspian en la popa, y pronto todos los hombres se apiñaban al pie de la escalera para oír el discurso del rey.

Entre Espadas y Dagas. [Príncipe Caspian y tú]Where stories live. Discover now