CAPITULO XXII

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—¿Por qué ella? ¿Qué la hace tan especial para ti que priorices su vida por sobre la tuya?— Preguntó Kaoru.
—¿No lo ves? No tiene explicación, si tuviera explicación sería un razonamiento, una lógica, y para mí los sentimientos no deben seguir lógicas ni premisas ni ser una ciencia que explicar a alguien más— contestó Eric sin levantar la mirada de sus manos. —Sentir calidez y cariño aún sin ser tocado, ser besado sin siquiera acercar sus labios a los tuyos, hacer el amor tan sólo con un abrazo, ¿acaso la ciencia daría como afirmativo uno al menos de los hechos que acabo de nombrarte?—
—No, ¡claro que no! ¡Es imposible!— contestó iracunda Kaoru. —No lo sé, o sí, lo sé, lo entiendo, porque estuve a tu lado por años antes de que huyeras de tu casa, años esperando por el día que al menos me dirigieras o regalaras una mirada de cariño, pero, no, siempre estuvo y estará primero ella, es imposible, me niego, me rehúso a creer en el estúpido hecho del amor a primera vista— continuó.
—Por eso, tú misma estás respondiendo a tu pregunta, la razón por la que nunca pude verte de la manera que veo a Mía es porque siempre le buscas la explicación científica a todo, y en el amor no la hay, no debes esforzarte para agradar a alguien, no debes buscar el príncipe azul de los cuentos de hadas, porque no son reales, el amor aparece en la persona más imperfecta que conozcas, son esos detalles e inconscientes actos lo que hacen que el amor sea una montaña rusa que te mantiene al vilo de la locura siempre— explicaba con una total vehemencia y confianza Eric.
—Entonces dices que todo el esfuerzo que ponía en atenderte y cuidarte fue lo que te alejó de mí— refunfuñó con el ceño fruncido Kaoru. —Eric ¡tonto!—
—¿Por qué? ¿Por no mentirte y hacerte parte de un amor unilateral? ¿Por serte sincero y no querer hacerte sufrir?— replicó él.
—¿Sufrir? ¿Qué sabes tú de sufrir? ¿Si manejas y haces y deshaces a tu antojo? o no lo hiciste así al huir tras la muerte de....—
—¡Cállate! no tienes ningún derecho de nombrarla, no pases la línea de nuestra amistad Kaoru, no te atrevas a traerla para hacer de ella un mal recuerdo porque no lo es ni lo será ¡jamás!— dijo Eric como si una espada atravesara la coraza invisible que lo mantenía tranquilo hasta ese momento.
—Pues quédate con tu hermoso recuerdo, me largo de aquí, disfruta tu amor de mentira, y me compadezco del pobre reemplazo que encontraste, no sabes quién está más loca, la muerta o la....—
—¡Mía! ¡Espera! qué... ¡Kaoru! ¿Por qué?— Gritó Saito yendo tras Mía.
—¡Ahora qué! ¿ella es la pobre víctima? no, me dejan sin palabras y sin aliento para nada, ¡patéticos todos! ¡Patéticos!— culminó abandonando la habitación.
Eric estaba sin aliento, mudo, perdido, parecía haber quedado sin alma tras lo dicho por Kaoru.
—Akira no era alguien patética, estaba llena de vida, amor y alegría, fue lo mejor de mi vida y lo seguirá siendo, siempre— susurró Eric viendo la nieve caer a través de los vidrios del hospital.
—¡Espera! ¡detente!— dijo abrazándola rápidamente. —No mal interpretes eso, debes hablar con...—
—¿Un reemplazo? ¿Un juguete? Eso soy para él, ¿alguien con quien olvidar a no sé quién? ¡Déjame en paz Saito! ¡No soy ni lo seré! Estoy cansada de vivir, cuando creí que iba a estar tranquila, que iba a ser feliz y cumplir mis sueños, me doy cuenta que todo este tiempo sólo fue ¡una maldita mentira!— contestó soltándose de Saito.
—Que no es así ¿No lo entiendes? ¿No lo ves? Él arriesgó y descuidó su propia vida por cuidarte y...—
—Y por curar su propia herida que le habrá dejado esa persona, haciendo lo que no hizo con esa persona y...—
Una fría mano, una fría noche, un silencio estremecedor.
—No te atrevas, no lo hagas, no te compares ni por un segundo con ella— dijo Eric sorprendiendo a Mía. —No lo hagas, nunca creí que pensarías así de mí y que...— comenzó a agitarse y faltarle el aire. —Dijimos que nunca volveríamos a hablar del sueño que tuviste, que nunca volveríamos a recordarlo siquiera, no era porque tú debieras olvidarlo, era yo quien debía olvidar—
—Eric, basta, volvamos a la habitación, te haces daño— dijo Mía asustada al verlo agitado y casi sin aliento.
—¡No! tú me haces daño al reaccionar así, al creer y dejarte llevar por el resentimiento de otra persona, al confiar más en lo que ella cree que eres que en lo que yo te digo que eres y significas para mí, tú te haces daño y me haces daño, todo el tiempo y todo lo que vivimos pierde sentido en este momento para mí— susurró apenas Eric.
—Eric, vamos, ven, te ayudo— insistió Mía.
—¿Confías en mí?— preguntó con la última bocanada de aire que tenía.
Mía se arrodilló junto a él, tomó su rostro, quitó la nieve de su cabello y le sonrió.
—¿Me has visto sonreír con alguien más? ¿Me has visto llorar por alguien más?— dijo ella mientras sus ojos se volvían cristalinos por las lágrimas. —Sólo contigo, sólo junto a ti puedo temer y confiar, reír y llorar, amar y odiar al mismo tiempo, sólo a tu lado soy todo lo que puedo ser, pudiste sacar la mejor versión de mí conociendo el monstruo que era primero. Y aun así hoy estás aquí arriesgando tu vida por mí y ¿me preguntas si es que confío en tí?—
Con un beso, el más esperado, el más anhelado, en aquel momento de debilidad, de ira y tristeza fue cuando ella se dio cuenta de todo el amor que sentía el uno por el otro. La nieve seguía cayendo sobre ellos, pero no era fría, era cálida y alegre, los llenaba de vida y amor, pureza y vitalidad. Saito los sustrajo de su momento de paz recordándoles que Eric debía hacerse los exámenes médicos.
Entraron al hospital y camino a la habitación lo único que dijo Eric fue.
—¿Y? ¿Qué? ¿Aún no lo recuerdas?—

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