3

989 113 2
                                    

La mujer apestaba a dinero.

Mordiéndose el labio, Barcode la evaluó de pies a cabeza, desde su vestido de diseñador, hasta su bolso Prada, pasando por el relucientemente nuevo iPhone en su mano.

Quizás ni siquiera tuviera que buscar a alguien más. Necesitaba seiscientas libras —el mínimo que Tucker había fijado para él—, por lo que esperaba que la mujer tuviera suficiente dinero consigo.

Ignorando a la voz de su conciencia, Barcode se acercó hacia ella, diciéndose a sí mismo que seiscientas libras serían cambio suelto para alguien que pudiera darse el lujo de vestir ropa que valiera, al menos, cinco grandes.

La pregunta era, ¿qué hacía alguien como ella en esta parte de Londres?

No es que fuera de su incumbencia ni nada. Ella sólo era un objetivo y tenía que pensar en ella como en su objetivo, nada más. Tenía un trabajo que hacer, y no podía darse el lujo de ser escrupuloso con su trabajo si no quería ser el saco de boxeo de Tucker esta noche —o algo peor.

Barcode suspiró, torciendo los labios con desagrado.

No por primera vez, quería patear a su joven—yo por haber aceptado alguna vez la protección de Tucker. Para ser justos, sólo tenía seis años en ese entonces, un escuálido mocosito, fácil de atrapar, asustado e indefenso. En aquel momento, la protección de Tucker le pareció un regalo del cielo. Ahora lo sentía como alguna forma de esclavitud, con las demandas crecientes de Tucker. Barcode sabía que Tucker jamás lo dejaría abandonar su pandilla. Era el ganso dorado de Tucker, capaz de llevarle más dinero que todos los otros chicos juntos. Nunca sería libre.

Forzando fuera las deprimentes ideas, Barcode intentó concentrarse en el trabajo.

La mujer tenía la billetera en el bolsillo izquierdo. Su mano derecha simplemente sostenía el iPhone junto a su oído.

Barcode sacó su propio teléfono maltratado —un viejo Nokia, rayado y deteriorado pero indestructible— y caminó hacia la mujer, con los ojos fijos en su teléfono. Nada sospechoso. Sólo otro adolescente texteándose con sus amigos y sin prestar atención hacia dónde iba.
Barcode chocó contra la mujer, murmuró sus
disculpas yse alejó, con su billetera bajo la chaqueta.

Dobló en la esquina y desapareció en el oscuro callejón. Echando un vistazo alrededor, asegurándose de que estuviera solo, Barcode sacó el monedero y lo abrió.

Sus ojos se ensancharon cuando vio su contenido. Dinero. Muchísimo dinero. ¿Y eran esos diamantes?

Algo frío y duro presionaba en la nuca de
Barcode.
—No te muevas —dijo una profunda voz masculina.

Barcode maldijo por lo bajo. Estúpido. Debería haber sospechado algo. Había sido demasiado fácil, incluso para él.

—Mételo al coche —dijo la misma voz. Dos fornidos hombres agarraron los brazos de Barcode y lo arrastraron haciala furgoneta negra estacionada a la vuelta de la esquina.
Barcode no se resistió, con su mente corriendo a toda velocidad... ¿Quién querría secuestrarlo y por qué? No era nadie... Bueno, tampoco nadie, pero era un pez chico en un estanque grande, ¿por qué él?

Los tipos lo empujaron adentro, pero no entraron con él; Barcode oyó a uno de ellos ocupando el asiento del conductory al otro el del copiloto.

Cuando Barcode empezó a preguntarse si debería intentar escapar del vehículo, otro hombre entró en la caja trasera de la camioneta y se sentó frente a él.

Barcode lo miró con cautela. No reconoció al hombre.

Tenía pelo oscuro y ojos sombríos, su piel estaba palida o así era su tono natural —Barcode no podía decidir cual era el caso. Vestía pantalones negros y una camiseta simple con cuello de tortuga que no hacía nada por esconder su cuerpo alto y musculoso.

𝐦𝐢𝐧𝐞 - 𝐣𝐞𝐟𝐟𝐛𝐚𝐫𝐜𝐨𝐝𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora