CAPÍTULO XIII

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Aura María sintió como sonaba el teléfono de la casa.

Se dio vuelta en la cama y vio como su niño roncaba, absorto en sus sueños. Jimmy babeaba y sonreía entre sueños. También balbuceaba algunas tonterías. Ella sonrió, bien orgullosa de todo lo que ella y su hijito, con lo poco que tenían, habían logrado.

Claro que, el crédito no era sólo de ellos.

Freddy, muy amablemente, se la había llevado para su pequeña casita recién adquirida, acogiéndola a ella, pero por sobre todo, al niño que trataba como suyo. A Aura María se le llenaban los ojos de lágrima cuando ella se terminaba de arreglar y salía del baño y los encontraba desayunando, comiendo buñuelos de avena —los favoritos de su Jimmy— y riéndose de tonterías.

Inventaba saludos secretos, cantaban y se ponían de chismosos cuando su hijo le contaba todo lo que sucedía en el colegio. Freddy, atento, no se perdía un detalle.

Las chicas del Cuartel le decían que era muy afortunada, pues muy pocos hombres se ofrecían a ayudar con tanto ahínco a los niños de sus novias, así como lo hacía el bueno de Freddy. La propia Sofía le había mencionado que la Pupuchurra, a pesar de que conocía a los niños, no era capaz de dirigirles la palabra a menos que fuera para saludar o despedirse, y siempre era de manera muy incómoda.

¿Cómo es que un hombre tan dulce como Freddy había tiendo tanta paciencia con ella?

No lo sabía, pero estaba eternamente agradecida.

Aura María se levantó, despacio, para no despertar a su hijo y caminó en silencio hasta la sala.

Miró como el bobo de Freddy roncaba en el sofá, ya que, además de ser el mejor hombre que había conocido en la vida, y además de preocuparse por su niño, él les había cedido la cama matrimonial que tenía el mensajero con la razón de que ella y el niño durmieran bien.

Es que ese hombre era lo más dulce del mundo.

Dando pasitos silenciosos, Aura María se acercó al teléfono. ¿Quién llamaría tan temprano? Es que a penas estaba saliendo el sol.

La recepcionista contestó, con voz adormilada y bajita, para no despertar a su Grillo.

—Aló.

Del otro lado del teléfono se escuchó una voz que le puso los pelos de punta.

—Buenos días, Aura María — era Don Armando —. Disculpe que la moleste tan temprano.

Ella comenzó a ponerse nerviosa, acostumbrada al mal carácter que tenía ese hombre, indirectamente, su cuerpo se había preparado para un griterío.

—Ay, Doctor, fresco — le dijo nerviosa —. ¿En qué lo ayudo?

Unos segundos de silencio se apoderaron del artefacto. Parecía estar pensando en qué y cómo decirle.

—Vea — comenzó Armando —. Quería preguntarle si podría llevar algo de maquillaje a la oficina. Algo como para cubrir... un golpe.

Aura María se puso en alerta, increíblemente nerviosa. Lo que llevaban de semana, había sido una completa montaña rusa de emociones y discusiones constantes entre los altos cargos de la empresa. La recepcionista temía que Don Armando se hubiese metido en alguna pelea.

—Ay, Doctor, claro que no es molestia — le dijo ella —. ¿Usted está bien?

Escuchó como él suspiraba.

—Yo sí, Aura María — le dijo —. Es para Betty.

La recepcionista abrió los ojos desmesuradamente. Una serie de malos pensamiento se apoderaron de ella. ¿Sería posible que aquel hombre le hubiese hecho algo tan horrible a su amiga? Aura María negó con la cabeza. Claro que no. Se veía a leguas lo mucho que se importaban el uno al otro. Tenía que hacer pasado otra cosa.

Cómo curar un corazónWhere stories live. Discover now