Cuatro: 𝐄𝐥 𝐨𝐥𝐯𝐢𝐝𝐨 𝐬𝐞 𝐡𝐢𝐳𝐨 𝐩𝐫𝐞𝐬𝐞𝐧𝐭𝐞

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Por primera vez desde que llegó a Drangleic, la doncella de Mirrah sufrió bastante tratando de accesar a una localización. Se trataba de un valle mortífero, lleno de toxinas, trampas y minas que realmente no llevaban a un lugar. Callejones sin salida, huecos fortísimos y aparantemente invulnerables, maldiciones y demás. Casi que no la contaba.

Pero, al final, sus habilidades la ayudaron a sobreponerse ante la adversidad. Sintió sus fuerzas volver a su cuerpo y, de hecho, notó que se había fortalecido. Estaba orgullosa de sí misma. Al entrar en aquel gran molino, bajó unas escaleras y trepó un poco por sobre un lago de veneno, llegando a unas escaleras. Subió por estas y se encontró con una habitación segura, alejada de todo el desastre que sucedía fuera de ahí. Aprovechó para calmarse un poco y descansar. El viaje había sido bastante duro, pero se sentía realizada.

Sin notarlo, el silencio tranquilo tras una batalla tan peligrosa la adormiló.
Sí, podía cerrar los ojos y dormirse de pie como si no fuera la gran cosa. Estaba entrenada para mantener la guardia en todo momento, después de todo. Toda una caballero de Mirrah. Sin saber cuánto tiempo había pasado desde que sus ojos se cerraron, oyó el agua, fuera de la cámara donde se encontraba, siendo movida. Alguien o algo estaba pasando por ese lago venenoso. Posicionó sus dedos en el mango de su espadón, esperando para asestar un fuerte golpe sorpresa. El primero que atacara ganaría el encuentro, sobre todo cuando no hay titubeo en el accionar.

En cuanto notó la más ligera aparición en las escaleras, lanzó un espadazo que haría temblar a cualquier enemigo a lo largo y ancho de toda Mirrah. Sin embargo, su sorpresa fue enorme al ver que su ataque había sido detenido con otra espada, la cuál se resquebrajó al recibir el impacto.

"Calma, calma, Lucatiel, soy yo" suspiró pesadamente el varón, con sus ojos dorados bien abiertos de la impresión. Ella retiró rápidamente su espada. Se disculpó por eso una vez, pero en su mente siguió dándole vueltas un poco más. Le sentó fatal el haber lanzado un ataque que sin duda lo habría partido en dos. Volvió a donde estaba, recargada en la pared. Le gustaba estar en esa posición y, más que eso, estaba acostumbrada a ello. No recordaba la última vez que se acostó y durmió como solía hacer de pequeña.

─ Nuevamente, una disculpa por eso, caballero. Me tomaste desprevenida. ─ giró un poco su cabeza hacia su izquierda, pensante, para terminar volviendo a verle. ─ ¿Sigues en el camino? Lamento haberte aburido tanto. Esto es para ti, a modo de disculpa.

Refiriéndose a las historias que le había contado al varón las veces que se habían reunido, Lucatiel sacó de su bolsillo un nuevo presente. Llevó su mano hasta la palma de su semejante, dejando caer un pequeño objeto en él. Al verlo de cerca, el caballero notó un anillo de acero, algo malgastado pero, de alguna manera, poderoso. Le sonaba haber visto algo similar antes. Quizá brindaba protección o incrementaba las defensas de quién lo usara.

"Muchas gracias, Lucatiel... pero, en serio, no me aburres para nada con las cosas que me cuentas" comentó por lo bajo, retirándose un guante para ponerse el anillo. Lo puso en el dedo anular de su mano izquierda. La rubia observó, como si fuera cámara lenta, todo el proceso. Sintió sus mejillas calientes y, aunque quiso comentar algo al respecto, la vergüenza le ganó. Dejó pasar unos segundos y entonces entró, pero hablando de otro tema. No podría decirlo aunque quisiera, no en ese momento.

─ Mis pensamientos son cada vez más difusos. Mis recuerdos se desvanecen, empezando por los más antiguos. Son los efectos de la maldición. ─ No era el mejor tema para comenzar, pero era la verdad. Sería sincera con respecto a la situación que estaba viviendo. ─ Estoy asustada... Muy asustada... ¿Si todo se desvanece... qué quedará de mí...?

Su voz llegó a quebrarse un poco al final. Eso era lo que estaba sintiendo, en realidad. Se estaba quebrando, perdiéndose a sí misma a medida que avanzaba en su camino. Era desesperante. Era como aquel molino en donde ambos se habían adentrado. Fuerte e impenetrable, hecho para un papel que cumplía perfectamente. Al menos en un principio, lo hacía sin problemas. Con el pasar del tiempo, sin mantenimiento, sin cuidados, sin apoyo... sus adentros ahora se caían a pedazos, sus paredes estaban corroídas por el veneno, incontables huecos se paseaban por su estructura, lanzando espadazos aleatorios y dañando más y más el entorno. Aún con todo ello... el molino seguiría haciendo su única tarea.

No pararía hasta que las fuerzas se le agotasen por completo.
La doncella reflejó dolor en su rostro. El contrario no podía ver sus expresiones, pero sintió que algo andaba mal. No sabía cómo reaccionaría la mujer, pero aún con ello se acercó para brindarle un poco de su calor. Le abrazó, con cuidado y tranquilidad. De pronto, Lucatiel pareció calmarse, dejando de tensar su cuerpo. Sólo se quedó ahí, recibiendo aquella muestra de afecto por parte de su compañero. Poco más de un minuto después, volvió a hablar.

─ Tenía un hermano mayor. Aprendimos esgrima juntos. Se convirtió en el espadachín más condecorado de todo Mirrah. Nunca pude compararme con él. De hecho, nunca logré derrotarlo. Ni una sola vez. ─ susurró, esto con la suficiente fuerza como para que él la oyera. Jamás había contado nada referente a su hermano con alguien más. No sabía muy bien qué escoger para decir de su gran hermano, así que solo soltaba lo primero que llegaba a su mente. ─ Pero entonces, un día.... desapareció. Se fue sin dejar rastro. Ahora estoy segura. Se lo llevó la maldición.

"Si tan solo alguien escuchara mi relato..."
musitó, casi como si fuera un pensamiento que se había colado en su monólogo. Sintió cómo el abrazo se volvía más cálido. Él la rodeó completamente, como si se tratase de una madre consolando a su hija.

"Yo te escucharé, Lucatiel de Mirrah" afirmó, con una voz qué, por primera vez, no sonó aguda o desgastada. Quizá tuvo que ver con que no lo dijo demasiado fuerte, sino como el viento golpeteando las hojas de un árbol. La ojiazul oyó una voz dulce como una golosina de feria. Era algo aguda, pero muy agradable al oído. Incluso sintió un cosquilleo en su pecho.

─ Mi hermano también debió venir a este lugar. Es posible que me olvide incluso de él... ─ más que hablar con el otro, pareció decírselo a sí misma.

─ No permitiré que lo olvides, Lucatiel. Tus memorias están a salvo conmigo. Si llegase a darse el caso, yo me encargaré de contarte todo de vuelta. Es una promesa. Y no tengo mucho en esta vida, más que mi misión y mi palabra.

Siguieron abrazados, en silencio.
De alguna forma, sus preocupaciones, el peso sobre su ser, su dolor y sus penas... parecieron esfumarse, aunque fuese tan solo un poco. Finalmente pudo decir que descansó bien durante su viaje.

"¿Una promesa, eh?" sonrió.
Se sintió protegida. En calma. Por un momento, deseó que ese abrazo, ese pequeño rincón de paz dentro del infierno, nunca terminase. Fue la primera vez que se sintió así. Así, decidió que seguiría a ese caballero hasta el final de sus días. Era alguien... diferente.
Pero eso no era necesariamente malo.
Quería conocerle más.


ᴅᴀʀᴋ ꜱᴏᴜʟꜱ ɪɪ: 𝑫𝒐𝒏'𝒕 𝒇𝒐𝒓𝒈𝒆𝒕 𝒂𝒃𝒐𝒖𝒕 𝒎𝒆Where stories live. Discover now