Capítulo 21: Infusiones

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I

—¿Ustedes lo supieron todo este tiempo y no dijeron nada? —volteo para preguntar por última vez.

Ambrosia quita la mano de mi hombro y Julien responde por ella de brazos cruzados:

—¿Ahora prefieres haberlo sabido desde antes? —suelta con tirria.

—No lo sé —me arrodillo contra la pared enredando los dedos en mi melena—. Todo lo que daba por hecho ha sido falso. Y lo más horrible es que la escenografía cambia constantemente pero sigue siendo parte de una obra y los personajes no se parecen a los actores —expreso comenzando a crear mi nimbostratus.

—Así es la vida, nada nunca es real, el mundo está oculto bajo la perspectiva de cada persona y lo que elige mostrar. —Ellos se mantienen parados avizorando desde las alturas.

—¿Hay otra cosa que deba saber? Aquel día que los conocí mencionaron algo acerca de que nos habían alejado, ¿fue ella también? —Los busco en el firmamento.

Entre ambos corre una energía que crispa las salientes de sus rostros.

—No fue la única.

—¿Quién más entonces?

—Ángela. El té de canela que te preparaba tu abuela cuando venías aquí, el cual jamás quisiste rechazar, estaba hechizado. Cuando Camila descubrió que poseías el don, tuvo miedo de que los espíritus te contaran la verdad —él exhala con gracia torciendo las comisuras de sus labios—. Era obvio que tarde o temprano iba a pasar.

—De niña si nos veías a nosotros —la chica deja ver el fino vidrio de sus ojos—. Y a tu abuelo.

—Esto es demasiado para procesar —manifiesto al borde de un estado de ruina que está produciendo que escuche con fuerza el retumbe de mi caja torácica.

—Como quieras, igual tu destino va a ser el mismo.

Ambrosia pellizca a Julien en el brazo ante el comentario y él gime agudamente.

—Necesito estar sola.

—Está bien. —Ella acaricia mi espalda y los dos se van flotando por el corredor como las plumas en el límite del agua que alguna vez llegaron a formar parte de un cisne.

A veces siento que solo fingieron ser mis amigos por conveniencia.

II

Camino entre las nubes y cada vez se vuelven más ligeras. Me arriesgo a nadar a través de ellas, y el sonido de tu voz, tan blando y denso, se mezcla formando un remolino cremoso de tonos rosados en el espacio aéreo. No estás en ningún punto y en todos lados a la vez. Necesito una aclaración dulce para mis oídos.

—¿No vas a probar los malvaviscos, Levane? —las palabras de Dara me sacan del trance.

—Perdón, me distraje. Por supuesto que voy a comerlos, trajiste mi marca favorita. —Tomo uno del montón en el tazón y lo observo para luego hacerlo volar hacia mi boca. Ella se alegra bajando sus gafas con la sensibilidad de la maestra Miel.

—Tranquila, estuvimos practicando la tarde entera. Nuestros cerebros ya están empezando a divagar.

—Tienes razón, mejor descansemos un rato y después seguimos trabajando.

Guardamos nuestros lápices, borradores y sacapuntas en nuestros estuches y nos levantamos de la incómoda mesa de la cocina para sentarnos en el nuevo sofá Chesterfield de la sala que queda a unos metros.

—Mi trasero agradece el cambio de sitio —dice abrazando uno de los cojines arabescos que quedaron de mi abuela, enterrando su cara en él. Espero que no tengan ácaros—. ¿Vas a ir a la fiesta?

Levane Y Las Almas DesorientadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora