XX - SOY UNA FALLA

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Capítulo veinte
Soy una falla


La mirada de Ethan se había vuelto tenebrosa. La fuerza descomunal que me presionaba alrededor del cuello estaba a punto de romperme la tráquea. Lo miré llena de asombro el no encontrar en sus ojos ni una pizca de piedad, pero, para ser sincera, ya conocía los motivos de su peculiar interés en la estúpida de mi hermana.

—Solo… la quieren para los mismos propósitos que me tenían a mí. —Ironicé a través de un pequeño y diminuto chillido.

—¡Si te atreviste a tocarla!... —gritó, fuera de sí. —¡Te matare!

Quedé paralizada, sentí paz al verme envuelta en una especie de trance, tal vez por la asfixia. El corazón comenzó a bombear lento, cuando de repente, me vi nuevamente en el lugar que tanto daño me había causado.

10 de enero de 2008.

Mis recuerdos comenzaban desde ese día, cuando apenas tenía cinco años. Me venía la imagen de una extraña mano masculina rodeando mi pequeña y delgada muñeca.

—Espera aquí. —Vociferó mientras entraba a una habitación.

Asentí con la sonrisa más sincera que alguna vez hubiera tenido.

El lugar era sumamente desconocido y tenebroso. Mi primera impresión fue la de estar en una película de horror. Las paredes estaban sumamente desgastadas y roedores se paseaban por los pasillos.

Me senté sobre unas bancas, mecía mis piernas y sostenía una muñeca de trapo.

Después, aquel extraño salió de la habitación sin siquiera verme, solo pasó de largo, me puse de pie y antes de que lograra marcharse lo jale por la parte trasera de su camisa, se detuvo un instante solo para despedirse a secas:

—Adiós. —Su voz hizo eco en mi memoria por varios segundos, y a continuación, desapareció.

Presintiendo que me abandonaba, lo perseguí hasta la entrada, no quería que me dejara en ese sitio desconocido y horrible, así que corrí bajando las escaleras. Lo vi salir de prisa, y de repente, un montón de manos me agarraron con todas las fuerzas del mundo, cortando mis pasos.

Las puertas se cerraron de par en par. Me sentí como un pequeño pájaro encerrado.

Las primeras noches lloré amargamente. Me había vuelto más delgada, más débil, debido a las pocas raciones que me llegaban. La habitación en la que estaba era una con diez camas de metal. Corrí con suerte de estar allí; había otras, en cambio, que tenían hasta treinta camas.

Unas largas ventanas nos ofrecían una incondicional luz y una panorámica con vista a la carretera y a un pequeño campo rodeado de árboles y casas. Los fines de semana permanecía allí, de pie, mirando cómo familias enteras disfrutaban con sus hijos del sol, la brisa, y la libertad.

Cada mañana era monótona: permanecíamos en cama y en silencio, esperando que las monjas nos vinieran a buscar para darnos una ducha, cepillarnos los dientes, y desayunar. Al principio fue complicado ya que no comprendía su idioma, el francés. Pero con los meses me adapté y me volví una experta.

Sufrí de todo tipo de males, en especial por el color anaranjado de mi cabello, enfermedades respiratorias y depresión.

Nunca supe lo que fue celebrar un cumpleaños. A mis 10 años intenté fugarme por la ventana, pero lo que gané fue un castigo duramente severo, apartándome de las demás niñas por un largo mes. Viví en un cuarto negro, con un descuidado retrete y una regadera. Me pasaban la comida por una pequeña abertura que tenía la puerta: era el único momento en el que entraba luz del exterior.

ETHAN WALTON 1 © [TERMINADA]Where stories live. Discover now