Veinte

1K 101 16
                                    

Cleo no había dicho ni una sola palabra.

Había sido algo que había sucedido antes, cuando no era tan cercano a ella solía quedarse en silencio casi todo el tiempo, pero esa vez era distinto. Ni siquiera decía "sí" o "no".

Estaban detrás de la pequeña casa de Cleo, era temprano por lo que había un agradable sol y también una brisa fresca. Quizás Eros no se daba cuenta, pero Cleo se sentía más serena, quería quedarse allí. La presencia del chico justo al lado suyo, el clima templado y el placentero olor a pasto fresco.

Eros había querido preguntar con exactitud qué era lo que había pasado con Albern, no lo había hecho porque sabía que no era el momento correcto. Cualquiera que fuese la situación, Cleo estaba intimidada y debía esperar a que ella quisiese ser quien se lo mencionara.

—Me gusta mucho tu cabello— expresó el chico de ojos verdes mientras tocaba los mechones que estaban justo al lado de su oreja. Esbozó una pequeña sonrisa.— Es muy bonito.

Cleo apretó sus labios con discreción por las palabras del chico. Su estado de ánimo había comenzado a cambiar un poco, aún era un gran diluvio pero habían unos cuantos rayos de sol.

—No quiero decir que el resto de ti no, toda tú eres muy bonita.— dijo mientras miraba atentamente el rostro de la chica.

Cleo desvió su rostro porque el calor había comenzado a hacerse presente en todo su cuerpo. ¿Cómo podía decir esas cosas? ¿Qué intentaba hacer?

Y así, a los rayos de sol se le sumaron unas cuantas nubes blancas.

—Lo noté aún antes de que empezáramos a hablar... Si te soy honesto, me gusta mucho oír cuando hablas de cualquier cosa.

¿"antes de qué empezáramos a hablar"? ¿Cuánto tiempo exactamente? Si lo había conocido de casi toda la vida.

El corazón de Cleo estaba a nada de estallar, era como un volcán a punto de una inminente erupción a causa de las confesiones de Eros.

Ella había notado que era demasiado perfecto, sabía que muchas chicas estaban perdidamente enamoradas de él. Solo llegaba a eso, imaginarse a su lado era algo que nunca se le hubiera ocurrido, pero así habían resultado las cosas.

—Pero no influye si me hablas o no, me gustas .

Sí. Lo había confesado. Se había confesado.

Su pecho se sintió más ligero después de pronunciarlo. Llevaba tanto tiempo ocultándose que expresarlo había sido como poder abrir finalmente una puerta atascada de hace bastante tiempo. Eros desvió la mirada porque estaba nervioso, todo lo que tenía que ver con Cleo siempre lo ponía así.

Ya no podía pretender más. Nunca había sido bueno expresándose con claridad, habían pasado tantos intentos antes de lograr poder entablar una pequeña conversación con ella. Solo Dios tenía las cuentas exactas de cuántas veces ensayaba las palabras que iba a decirle por si se la encontraba, cuantas veces se había examinado la vestimenta porque iba a aquella pequeña iglesia, cuantas veces había visto pasar a Cleo y su corazón parecía querer disolverse.

Cleo, por otro lado, sonrió. Su rostro la delataba con su color intenso y rojo. Nunca se había imaginado oír una confesión así, mucho menos del hijo del lord, de Eros.

—Y a mí me gustas tú— murmuró para después cubrir su rostro con una de sus manos de una manera casi disimulada.

Sí. Le gustaba Eros. Le gustaba todas y cada una de sus cualidades: como era, como se reía, como sus cejas se fruncían cuando algo le disgustaba, como sus ojos verdes se volvían brillantes cuando reflejaban la luz del sol, como hablaba de las cosas que le gustaban y como se quejaba de las que no, como procuraba que ella fuese al extremo interior de la calle para alejarla de las carretas que pudiesen pasar, como jugaba con Elodie, como le sonreía siempre, como era amable con todas las personas, como le seguía la corriente en cada una de sus bromas. Simplemente no podía terminar de enlistarlo todo.

Eros | Timotheé ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora