Veinticinco

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—Es muy lindo.

Cleo murmuró con desaliento, no por cansancio, sino por la sorpresa del panorama. Nunca había estado en un lugar así, era bastante bello. Estaban dentro del Castillo, en la sala donde estaban varios libros apilados en muebles, eran demasiados, nunca había visto algo así antes. Los libros eran una posesión bastante preciada y costosa, además, eran exclusivos ya que muchas personas no sabían leer.

—Muchas gracias— dio una pequeña risa nerviosa y alegre— Es el cuarto favorito de mi padre, le gusta mucho estar aquí.

La chica se acercó lentamente a una de las repisas de madera pesada y ornamentada, quería ver todo con más detalle. Había muchos de ellos, la mayoría desgastados, como si hubiese sido complicado transportarlos y hubiesen pasado por muchos problemas para ello.

—¿Y a ti te gusta?

—Mucho, creo que he leído al menos la mitad de todos los que están aquí— puso sus manos detrás de su espalda y avanzó en pasos lentos.

—Debes saber muchas cosas— se aventuró a decir con admiración, Eros comenzaba a sentir la pálida piel de sus mejillas comenzar a arder.

—Sí... Bueno.. no lo sé...— se aclaró la garganta y después dijo, sonriente— Cuando me dices algo así, no sé que contestar.

Cleo soltó una pequeña risa. ¿Acaso él también se apenaba por las cosas que ella decía? Era un chico deslumbrante, a veces le costaba hablar mirándolo a los ojos por el efecto que tenía, y estaba luciendo nervioso por ella. 

—También me pasa contigo— se asinceró, oír un cumplido de Eros era como una lluvia repentina agradable. Pasaba de la tranquilidad a un tumulto fresco en su pecho.

Después de darse una mirada a la par, Cleo decidió desviar la vista porque iba a terminar por titubear.

Las portadas eran bastante lindas, se veían detalladas y desgastadas. Sintió la curiosidad de tomar alguno entre sus manos porque nunca lo había hecho, normalmente se quedaría callada y olvidaría su idea, pero estaba con Eros, la única persona del mundo entero con la que podía hablar todo el día aún cuando se le fuesen las palabras a ratos.

—¿Puedo sacar uno?

—Por supuesto, estas en tu casa— respondió con una dulce sonrisa y ojos amables. Emanaba demasiada calidez, resistió el impulso de dejarlo todo e ir a envolverlo con sus brazos.

Lo hizo con tanto cuidado, la pasta era dura pero aún así necesitaba asegurarse que no rompería algo. No podía reconocer que libro ni de qué trataba, simplemente había captado su atención. Avanzaba en pasos pequeños, mirando con detenimiento.

—¿De qué es?— murmuró sin dejar de verlo.

Ninguna mujer sabía leer, eso no era bien visto, se les consideraba brujas a aquellas que habían aprendido a hacerlo y había castigos horribles. No comprendía porque era un problema tan grande que todas pudiesen hacerlo. Siempre había tenido curiosidad por entender el significado de esos garabatos en el papel.

Eros se acercó a Cleo, cuando notó la cercanía de su rostro al lado del de ella y un clasico olor a menta, toda su guardia cayó al suelo. Él parecía leer lo que decía la portada.

—Es francés, de una guerra. No lo he leído desde hace mucho tiempo— alzó la vista y le sonrió— ¿Lo leo?

Ella asintió. Abrió una página con sumo cuidado, Eros se inclinó un poco más, casi chocando con su mentón con el hombro de Cleo y eso hizo que ella se congelara.

Comenzó a leer, casi recitar, su lectura era tan fluida e interesante. Cleo seguía con su vista las letras que estaban escritas, asombrada de que significasen todo lo que Eros pronunciaba. Su voz era un tanto baja, no hacía falta hablar fuerte porque eran los únicos que estaban dentro del gran cuarto.

Eros | Timotheé ChalametHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin