Perfect

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Por lo poco que había visto, Sri Lanka era un bello país perfecto para visitar y perderse en su inmensa naturaleza, pero a mí me pareció el mejor del mundo al estar Chihaya en su aeropuerto. La idea era encontrarnos allí y coger el jet privado que había pagado para que nos llevara hasta Malé, la capital de las Maldivas, y desde ahí un barco nos conduciría hasta la isla con nuestro bungalow y terreno de mar privado .

Habíamos acordado discreción, pero Chihaya con unas gafas de sol más grandes que su cabecita y una capucha rosa chillón era de todo menos discreta. Aunque, ¿qué más daba? ¿Alguien nos reconocería en Sri Lanka? Y si sucedía, ¿qué? Ser el cotilleo de revistas e internet hasta que encontrarán otro a las pocas horas.

Chihaya se hizo de rogar. Casi hasta el último día no me confirmó que vendría. Aun así, no hubo ningún problema con el hotel, como le dije. Yo había preparado aquel viaje contando con ella desde el principio y si, en el hipotético caso de que lo hubiera rechazado, mi madre se hubiera apuntado de una.

-Hola, Leo.

-Hola, princesita.

Mantuvimos las distancias, ni abrazos ni besos, pero nos sonreímos y ese gesto me hizo saber que iban a ser los mejores seis días de mi vida.

-Mi madre te manda recuerdos.

-¿Le has dicho a dónde ibas? -Asintió. Menuda sorpresa (para bien). Chihaya apenas tenía contacto con su madre salvo en las sesiones fotográficas de esta. A mí eso, que quería con locura a la mía, se me hacía muy extraño. Que hablaran de lo que fuera era más que motivo de alegría.

-Ahora solo tiene curiosidad en el pequeño Leo -comentó de camino a nuestra pista.

-Ja, ja, ja, le habrás corregido, ¿no? El pequeño Leo es en realidad bastante grande.

-Ten cuidado con que no se te lance al pantalón en la próxima sesión.

Conocía a Akiko de muchos años y era perfectamente capaz de aquello.

Seguimos bromeando y riéndonos de las locuras de su madre. A primera vista, parecía que todo marchaba de diez, pero yo conocía a Chihaya y algo no cuadraba. Estaba rara. No me quedaron dudas cuando, una vez que el avión hubo despegado, le conté mi opinión final sobre Kafka en la orilla. Ya de por sí permaneció con la vista fija en la ventanilla, observando el mar, pero es que, al terminar, me respondió con un "¿ah, sí? Me alegro".

¿Chihaya alegrándose de que me hubiera flipado una obra de Haruki Murakimi? ¿Dónde estaba mi princesita?

Cuando se cansó del mismo paisaje constantemente, pareció volver a la normalidad. Sugirió ver una película de terror, aunque acabamos muertos de risa en lugar de de sustos. Cerca de dos horas criticando a los actores y el guion, prediciendo las escenas e inventándonos un final alternativo. Qué vuelo más fantástico. Sin embargo, ya en nuestro destino, mientras un hidroavión nos transportaba a nuestra isla, volvió a su estado apagado y descentrado. Casi no me escuchaba ni decía algo. Su cuerpo estaba conmigo, mas su mente parecía estar en la otra punta del globo.

Nada más entrar en el bungalow (una mansión flotante en el mar), se asomó al porche y fijó su mirada pérdida de nuevo hacia el mar que nos rodeaba. ¿Qué le ocurría? Le ofrecí una cuantiosa propina al botones (la intimidad y privacidad eran caras) que nos había acompañado y cargado con las maletas antes de despedirlo e intentar traer de vuelta a Chihaya.

¿Qué le preocupaba? ¿Sus clases de la universidad? Dentro de poco tenía que entregar varios trabajos y quería aprovechar aquellos días para avanzarlos, pero Chihaya nunca se ponía nerviosa por esos temas; era una estudiante de diez, una cerebrito. Entonces, ¿por qué estaba tan ensimismada? Con su madre parecía no haber ningún problema, pero ¿y con su padre? Me propuse sonsacárselo.

新時代~Blue LockWhere stories live. Discover now