Avery

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Hermione estaba leyendo el último informe de Harry sobre la célula de mortífagos a la que habían denominado Omega ya que era la última de todas las que habían desarticulado desde la caída de Voldemort.

En la redada que el escuadrón de aurores destinado a esa misión llevó a cabo la semana anterior en un edificio muggle de Whitechapel, Malfoy había reducido y detenido a Avery, cincuenta y ocho años, mortífago de Voldemort y compañero de Mulciber desde Hogwarts. Había luchado en la batalla final y al no ser detenido y habiendo encontrado su varita en el campo de batalla, fue dado por muerto.

Al parecer había estado junto a Mulciber desde el principio y tras ser interrogado por Potter admitió que desde el atentado de Hogsmeade no habían vuelto a perpetrar ningún ataque y ya ni siquiera buscaban posibles objetivos. Habían sido reducidos a un equipo que podía contarse con los dedos de una mano y, llegados a la edad de casi sesenta años, todos hecho decidieron retirarse y esconderse lo mejor posible para evitar terminar en Azkaban por el resto de sus vidas.

Era terriblemente triste, pensó Hermione dejando a un lado los informes. Apoyó la cabeza en el respaldo de su cómodo sillón de escritorio y se giró para mirar al Atrio dónde unos cuantos trabajadores de mantenimiento ayudaban a reformar la fuente.

Hermione quería que allí estuvieran representados aquellos que habían hecho posible la caída de Voldemort, aquellos que, sin ser el trío de oro, habían sido auténticos héroes dando su vida para que el mundo mágico tuviera una oportunidad. Y sí, podía ser que su primera orden como Ministra hubiera sido absurda y poco útil, pero dado que lo había pagado ella de su propio dinero y no con el dinero de las arcas del Ministerio, sentía que era algo bueno.

Se dio la vuelta de nuevo y miró una vez más la carta de Viktor.

Le adoraba. Era una de las personas más maravillosas que había conocido en su vida, su primer beso, su primer baile, la primera vez que un chico la había mirado y la había visto de verdad ¿Cómo no iba a tener cariño a su primer novio? Sí, apenas habían hecho más que estudiar, juntos, pasear y cogerse de las manos, pero fue tierno, amable y educado con ella durante todo el tiempo que pasaron uno junto al otro aquel curso.

Ahora Viktor e Irina se habían separado, no en muy buenos términos y lo que empezó con intercambio de cartas de ánimo y comprensión, terminó siendo el reencuentro de dos antiguos amigos que, de pronto, tenían miles de cosas que contarse tras años compartiendo cartas meramente obligatorias de cumpleaños, fiestas y momentos especiales.

Ahora él volvía a Londres y, posiblemente por una muy larga temporada.

Aquella mañana recibió una pequeña nota de él, pidiéndole que almorzaran juntos. Miró el reloj dándose cuenta que debía estar en el Atrio en veinte minutos si quería llegar a tiempo al pequeño restaurante de Susan.

Unos golpes bruscos y fuertes sacudieron la puerta de su despacho haciendo que diera un salto en su asiento.

— ¡Granger! —volvieron a golpear —¡Granger!

—¿Draco? —frunció el ceño y buscó su varita para abrir la puerta justo cuando esta se abrió de golpe.

—Granger —repitió entrando y gruñendo a uno de los aurores que estaban vigilando el corredor —Piérdete, Keller —dijo con aquel despótico arrastrar de palabras que ella tan bien recordaba, cerrándole la puerta en la cara.

—¿Malfoy? —Hermione seguía mirándole como si fuera alguna especie de criatura mágica desconocida.

Draco se acercó a ella con decisión, pese a que meterse en su despacio y verla allí, a solas, estaba empezando a ponerle nervioso como un crío en sus primeros TIMOS.

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