XXV.

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En cuanto la tierra se comienza a transformar en la arena de la playa, la vista de Poseidon viaja de un lado a otro buscándolo, con la esperanza de que una vez más lo esté esperando mientras finge entrenar.

Cuando descubre que no está en superficie se traga la desilusión y se introduce en el agua.
Si no se detiene, quizá y con suerte no tenga qué pensar.

Abrir la puerta de su propio palacio nunca ha sido tan difícil, estando justo al frente no sabe si desea ver a Kojiro al otro lado o no. ¿Qué sería más difícil?

Si piensas, pierdes.

Antes de tener tiempo para meditar lo que fuera a hacer, abre la puerta.
Primera parada: la cocina.
No tarda mucho en llegar, es el área más accesible desde la entrada. Lamentablemente no hay nadie, ni cocineros, ni sirvientes. Ni Kojiro.

"Soy un Dios. Soy un olímpico. Vencí a Cronos dos veces. Soy Poseidon. Esto no es nada.No debe ser nada. No puede ser nada."

Se repite una y otra vez, mientras camina hasta la escalera. Pero ese frío tan curioso como escalofriante no se va y peor aún, se multiplica cuando a nada de llegar a la escalera escucha risas y la clara voz del japonés.

Claro, la sala de descanso para la servidumbre, como no se le ocurrió. Un hombre como él con la necesidad de convivencia social por supuesto que se iba a hacer amigo de cada persona en ese palacio.

Sabe que es su hogar, pero ahora cae en cuenta de que no recuerda como es esa habitación, incluso duda haber entrado alguna vez.

Está a punto de asomar la cabeza por la puerta cuando recuerda: "Soy Poseidon, el tirano de los mares. Hay una reputación que mantener."
Eso de dejar al tirano en la banca es mucho más fácil decirlo que hacerlo.

Abre la puerta por completo, despacio, pero de manera firme.

—Buenos días. —saluda con una inclinación de cabeza.

Puede ver a todos los sirvientes ponerse pie de pie para hacer una reverencia, le recuerdan quién es.
Todos muestran respeto, excepto una persona. Él sigue sentado, comiendo tranquilamente y apenas volteandole a ver cuándo dice:

—Ya son tardes.

La mitad de sirvientes se inclina aún más, cómo si esperaran que en cualquier momento volara algo por encima de sus cabezas hasta Kojiro. Mientras que la otra mitad voltea a ver al japonés, cómo si fuera un espejismo el que se atrevió a corregir al Dios.

"Me temen. Este es el tipo de Dios que soy."

—Tengo que hablar contigo.

—¿Justo ahora? estoy comiendo.

Sin agregar nada más, el rubio se retira, escuchando a sus espaldas como progresivamente los sirvientes le dicen a Kojiro que lo siga al instante, que debe obedecer.
Lo único que le ocasiona un sentimiento extraño es el hecho de que hablen con tanta familiaridad con el japonés, cómo si no lo acabaran de conocer hace un par de meses.

En unos cuantos segundos el humano está detrás suyo.

Ninguno habla hasta que llegan a la oficina de Poseidon, dónde es el rubio quien entra primero y en un segundo de distracción piensa en sentarse detrás de su escritorio. Poner una barrera con Kojiro.

¿No han sido barreras suficientes? Dice una voz.
No pienses. No pienses. No pienses. No pienses. Contraataca otra.

Termina en el sofá, uno individual.
El japonés se sienta enfrente, en otro.

Ancla [Sasaki x Poseidon] Where stories live. Discover now