XXVII.

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Verlo entrenar se siente como una violación a su privacidad, pero a diferencia de las incontables ocasiones en que lo ha hecho antes, ahora no lo interrumpe.
En realidad, Poseidon se esfuerza por no ser visto.

Hace tiempo descubrió que le gusta verlo entrenar, se juró que no era más que una estrategia para conocer movimientos ajenos y algún día adaptarlos a sí mismo. Ahora prefiere ni pensar en ello.

Kojiro no tiene ninguna clase de delicadeza a la hora de pelear, dejando de lado que es ridículamente inteligente; todo él es mero entrenamiento, técnica y fuerza bruta, sin una pizca de talento nato.

Pero verlo, al menos para el griego, es todo un espectáculo. Algún día deberá preguntarle porqué sus entrenamientos son en su mayoría con los ojos cerrados y sin realizar movimiento, cómo si solo estuviera pensando con la espada entre las manos. Y porque cuando realiza ataques a la nada o a algún árbol, sus movimientos son repetitivos, cómo si tuviera que perfeccionar al límite un golpe que le sale asombroso a la primera.

—Poseidon... —el sobresalto no se hace esperar, menos mal aún tiene los ojos cerrados y no ve al rubio tomar aire para avanzar hasta estar a unos pasos de él.

Con cuidado, Kojiro hace amago de bajar la espada, pero siente una mano que se interpone en el filo de su arma y abre los ojos para encontrar al Dios deteniendola.

—Si no la sujetas cómo vikingo tendrás mayor movilidad.

El japonés intenta descifrar que pretende hacer cuando Poseidon toma una de sus manos y la acomoda en el mango de la espada, continuando con la otra un poco detrás.

—Usa las muñecas, ¿ves? tu espada no es tan diferente a mi lanza.

Kojiro ve atentamente su perfil. Poseidon intenta ver a todos lados menos al japonés, en busca de alguna clase de aparato mágico que le dé el valor necesario.

—¿Qué haces aquí?

En cuanto escucha su voz lo sabe, no está preparado para nada. Ni para hablar, dejar su preciado orgullo, saber qué piensa él.
Pero, ¿quién si lo está?

—¿Por qué te fuiste?

Kojiro parece estar tan poco preparado para responder como él, y le alivia, al menos no será el único humillado.

—Hablé con Afrodita y...

—Oh no. —ni siquiera hace falta que diga mucho más, Poseidon ya pronostica la migraña que le dará en cuanto sepa la estupidez que pudo haber dicho la Diosa.

—Era tu celo, ¿verdad?

—¿Qué te dijo Afrodita?

—Que estabas con tu celo.

—¿Qué más?

Kojiro traga saliva, acción que no pasa desapercibida para el Dios.

—Prefiero no mencionarlo.

No lo presiones, no lo amenaces, vienes en son de paz. Se repite el rubio.

—Aún no me respondes. —continúa el japonés al ver que el silencio se extiende.

La presión del oxígeno parece ascender de golpe, si es que es posible aún más. Ninguno se aleja, siendo separados apenas por la espada.
Irónicamente, parece que el filo del arma intenta cortar la tensión del ambiente.

Poseidon no puede separar los labios para hablar, sintiendo como si se los hubieran sellado.

—Volveré cuando tu celo termine, al menos esta vez no te puedo ayudar, lo siento. —Kojiro se intenta alejar, pero antes de que dé un paso, el rubio habla.

Ancla [Sasaki x Poseidon] Onde histórias criam vida. Descubra agora