II. Prólogo - Principios

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«Ya que lo pienso, este bicho era el que discutía con el recepcionista...»Recordó de pronto con claridad.

La gravedad del asunto se fue al suelo y quiso simplificar la situación.

En un parpadeo, cierra la puerta sin antes mirarle con un gesto de 'dame un momento', se guardó la G40 en la pretina del pantalón y retiró las tres cadenas de seguridad, que mantenían la entrada sujeta al marco de la pared.

«Na... tiene que ser un rarito trans que debió confundir el lugar.» Afirma en su mente, recordando el breve espectro de su apariencia.

Al abrir de nuevo, quien esperaba dio un brinco nervioso, pero lo disimuló sorbiendo de la bebida que traía inicialmente. Iba a retomar la solicitud, pero el dealer le roba la palabra.

—Listen...The whorehouse is right next to this building, and in case you're wondering... No. They're not hiring minors. (Escuche... el prostíbulo queda justo al lado, y por si se lo pregunta...no, no contratan menores.)—

Debido a la impresión de las palabras del inquilino, al joven se le atora la bebida en el momento que intentó responder, tragar y respirar al mismo tiempo, pudiendo sólo expresar quejidos de indignación.

— Heek-ugh...!E-Excuse me!? (¿¡Disculpe?!)—

Tan pronto tuvo oportunidad de respirar, se precipitó en articular algunas palabras en su defensa, pero no parecía lograrlo.

— This...! is...! NO! I am NOT a...! Whore?!...(¿¡Disculpa?! ¡Esto...! ¡Es...! ¡NO! ¡No soy una...! ¿¡Puta?!)—

Mientras intentaba defender su persona, el dealer cerraba lentamente la puerta con una expresión desentendida, queriendo terminar allí el extraño encuentro.

Pero, justo antes de que el resbalón(1) encajara en el agujero del marco de la puerta, el joven que no parecía estar con la mejor predisposición motriz, se llena de valor, abalanzándose contra la madera maciza; haciendo a un lado al dealer y perdiendo el equilibrio total de sí mismo, dando torpes pasos para finalmente, caer al suelo junto con su pesada maleta.

Hubo un silencio incómodo, adornado de una tenue respiración agitada.

El muchacho de cabello azabache, parecía haberle dolido desde la punta de sus pies, hasta la punta de sus manos. Temblaba, como si careciera de masa muscular. Reprimió el dolor mordiendo su labio inferior, haciendo una mueca mal hecha, mientras que se apoyaba en el descansa brazos del milenario sofá. Pasó saliva a lo que recuperaba su compostura y regulaba la respiración debido a la dosis de acción pasada, dando a entender; que nunca había irrumpido en un lugar ajeno antes. Todo esto, mientras limpiaba con una disimulada ansia, las pelusas que pudo recoger de la alfombra que amortiguó su parvo desliz.

Un pesado suspiro ajeno a él, lo sacó de la burbuja que recién había creado justo después de la caída, robando la atención en la habitación.

El dealer, que se encontraba de pie con los brazos cruzados; reposando su peso contra la pared esperando que el muchachito excusara su conducta, como si se tratara del mal comportamiento de un niño. Los años le han enseñado a crear un margen de tolerancia y disciplina pacifista, educando su 'yo' impulsivo, a considerar el ambiente, antes de causar graves estragos. Pero, dejando de lado que poseía un arma mortal en su pantalón y encima, tuvo una jornada bastante pesada; sus energías para discutir eran nulas.

Así pues, cuando vio al jovencillo de pie en la mitad de la sala, sin ninguna intención implícita o réplica violenta; una ola de emociones negativas, se apoderaba de sus músculos.

«Contrólate, contrólate. Recuerda lo que pasó la última vez que 'te fuiste a matar diablos'.»

Rodó sus ojos, apretó su mandíbula y fijó una mirada hostil, acompañado del suspiro que capturó la atención del jovencito.

WEEDWOOL | Act OneWhere stories live. Discover now