IV. Él

343 26 2
                                    

«¿A qué costo estoy buscando la libertad? Toda mi vida he vivido conmigo. #...el precio que le ponen a todo...# , recordé otra vez esa canción que he escuchado una y otra vez desde la habitación de al lado. Narra una realidad de la que soy ajeno. Habla de alguien que en este par de días en los que me he quedado, parece que conozco. De alguna forma, me hace sentir una pequeña envidia. No escucho rap, cada vez que se reproducía un tema urbano en cualquier medio, me encargaba de ignorarlo. Sentía que su marketing era efectivo, sentía que podía tocarme y... justo esa parte... la de 'empatizar' , era la que me causaba fobia.»

Sumergido en un eterno monólogo mental, se hacía compañía al peli negro en los últimos días. Aquel pensamiento se reproducía automáticamente desde que despertaba hasta que, la anemia de la que era mártir, lo obligaba a dormir.

«#Inspírame#»

«¿Qué es empatizar exactamente?»

«#Que solo somos lo que damos#»

«¿Por qué siempre me lo recriminaban?»

«#Guárdame#»

«¿Por qué siento miedo de lo que sigue después de que me recalcan que soy poco empático?»

«#Que el tiempo no se mide en gramos#»

Admiró nuevamente la habitación en la que yacía su frágil cuerpo descansando. Era un área no mayor a cinco por cinco metros, paredes en ladrillo barnizadas para no ser hostiles con el amoblado, una gran ventana clásica de los viejos apartamentos en New York, posters de lo que parecían películas, equipos de beisbol y agrupaciones del género urbano, algunos objetos remanentes como balones de rugby, pelotas y bates, camisetas de algún equipo relacionado, discos en vinilo, tenis sin organizar, ropa sucia acumulada. Finalmente un perchero que parecía dar algo de orden, se colgaba detrás de la puerta y a su lado, dos puertas angostas que hacían de closet.

Una habitación adecuada para estar cómodo, pero no autosuficiente. Aún debía que salir para ir al baño , beber y comer algo adicional.

«...¿Qué voy hacer?¿Debería pedirle ayuda a alguna autoridad?...» Se preguntó dándose la vuelta en la cama, ajustándose la enorme ruana.«...Tengo mucha hambre...tengo mucha hambre... sólo me quedan dos snacks de cabanossi y se acabó...»

Al estar un poco más despierto, su estómago comenzó a manifestar resentimiento dado a la mala dieta que estaba llevando el chico en la última semana, dieta que consistía sólo en snacks de proteína que él conocía y agua, que lograba conseguir en las madrugadas cuando todos dormían. Sus entrañas gruñían, la bilis que segregaba cada hora, carcomía el debilitado estómago del jovencito. Se encogió en posición fetal, acariciando superficialmente su abdomen, intentando calmar el dolor.

Solía estar acostumbrado a dietas absurdamente estrictas a solo una hora en el día, pero el duelo que estaba enfrentando, era mucho más complejo que vivirlo de dónde venía.

No tardó mucho en una vez más, cerrar los ojos y apagar el interruptor de su cansado cerebro.

...

«Ah... qué sed tengo.» Pensó mientras despertaba progresivamente, agradeció tener un reloj en la mesa de noche de quién le arrendaba, puesto que no poseía algún dispositivo móvil. «...nueve de la noche...» identificó.

WEEDWOOL | Act OneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora