V. Peur

257 14 1
                                    



Monologaba mientras se desvestía apresuradamente para darse una ducha.

Tanto para salir de la habitación como para ducharse, había tomado amplias reflexiones para darse ánimos de salir y agradecer, de que no hubiera alguien por la sala. Sobre el colchón yacía limpia la misma ropa con la que había llegado al apartamento: una camisa blanca de una tela fresca, sobre ella un amplio suéter negro que fue tejido con un patrón particular; unos pantalones negros de vestir en lino y unos botines ligeramente puntiagudos. Terminó de vestirse y preparó la cama, se reposó sobre la misma, con una pierna moviéndose inquietamente dado al reflejo ansioso que el joven padecía.

«¿Y ahora qué?»

Miró la puerta, como si le estuviera llamando.

«¿Les...hablo?»

Le tomó varios minutos conciliar la idea de quedarse afuera de la habitación.

«Ya los viste ir y venir, ya los has visto aunque de reojo y no te han atacado. ¿Qué puede salir mal esta vez? Esta gente parece que no tiene males mayores por cuáles desvivirse. Si no se han dado cuenta de quién soy ; ¿Es una buena señal?». Pensaba mientras no dejaba de mover sus dedos entre si.

«Si ya han pasado dos semanas desde mi desaparición , tuvieron que haber notificado a todo tipo mortal de contacto, que movieran cielo y tierra para encontrarme». Sacude sus hombros de escalofríos «...Emmanuel...». Pensó.

Los últimos pensamientos le dejaron un mal sabor de boca. Así pues, aunque algo consciente, había tomado la decisión de vestirse saliera o no.

El muchacho buscó la maleta con la que había llegado inicialmente, abriéndola con cuidado, hizo a un lado un par de bolsas negras rectangulares, buscando algo que había puesto en el fondo.«Aquí estás». Susurró mentalmente emocionado.

Se trataba de un libro pesado, pero discreto en su formato. Miró la puerta determinado y se llevó el libro consigo mismo.

Primero asomó la cabeza; «No hay moros en la costa». Salió caricaturesco de la habitación, como si estuviera caminado en las puntas de sus pies; hacia el sofá de la sala, que justo se ubicaba al lado de una ventana.

Mirando el reloj que se colgaba en la pared contraria, marcaban las ocho de la mañana; un escalofrío corrió por su espina dorsal.

«Maldición». Pensó a lo que intentaba recuperar el pulso cardiaco. "Qué pasa? ¿Es que todos decidieron irse hoy? No me demoré mucho vistiéndome... sólo...tres horas...». Se preguntó ansioso, echándole un rebuscado vistazo a la sala visible. «Mi impulso de dar la cara se está dispersando».

Tras calmar su ansiedad explorando visualmente el lugar, el jovencito se encomendó en abrir el libro que abrigaba desde hace un par de minutos con sus manos, buscó la hoja con la esquina doblada para continuar su lectura.

Poco a poco la tranquilidad del lugar le brindaba una confianza que lo llenaba de paz, leer le tranquilizaba mucho, era su hobby favorito. Sumergido en la lectura y la idealización creativa que el libro lo arrastraba a imaginar, olvidó por completo que había huido de su país natal, residía en Brooklyn, exactamente en un apartamento de completos desconocidos y como única posesión, una maleta con pretencioso contenido.

Todo este ecosistema positivo que le estaba produciendo, se vio interrumpido por el giro brusco de una perilla. Sus manos y pies se tensaron; se acorraló al otro extremo del sofá y buscó de dónde provenía el sonido.

Las pisadas que podían sólo causar unas sandalias de caucho y el respingar de una nariz, capturó toda su atención.

«Huh. Casi muero de un susto...». Pensó el jovencito.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: May 04, 2023 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

WEEDWOOL | Act OneWhere stories live. Discover now