56: Cuando todo volvió a la normalidad

832 132 68
                                    

Parpadeé atontado.

—Pero si ya estamos casados... O sea sí, acepto, pero...

Adiós al momento romántico.

—Ya sé que estamos casados —suelta una risa y yo tiemblo—. Pero no usas tu anillo y quería darte uno nuevo. ¿Aceptas?

Mordí mi labio inferior y lo miré. Los ojos esperanzados de Kageyama bajo la luz de la luna, luciendo tan lindo y apuesto como siempre. Amo a este hombre, es algo que ya sé pero que nunca me cansaré de repetirlo porque quiero que todo el maldito mundo lo sepa.

Asentí.

—¿Sí? —pregunta para asegurarse. Asentí más rápido—. Solo dilo, por favor.

—A-acepto, mierda, acepto. ¿Por qué me preguntas?

Un anillo dorado brilla sobre sus dedos y baila sobre el mío. Me queda perfecto y al instante que alzo la mirada, él se levanta con una sonrisa y toma mis mejillas. Ahora sus ojos brillan más gracias a las lágrimas. Ay, mi bebé.

—Acepto. Juro que acepto, en estas y en mil vidas más acepto —repito entre balbuceos y el ríe enternecido.

—Te amo tanto —junta nuestras frentes y yo no puedo dejar de mirarlo—. Gracias, te amo, te amo, te amo.

—Y yo a ti, y yo a ti y yo a ti —suelto en un hilo de voz.

—¿Ya puedo besar al novio?

—Sí, por favor.

Y no puedo evitar reír cuando él me besa. Muerdo su labio inferior debido a eso y sigo besándolo, sintiendo mi cuerpo volver a la normalidad y a mi corazón latir. Como si todo a mi alrededor cobrase otra vez color. Estoy feliz, amo a este hombre y se lo demuestro con acciones: lo beso alegre, con lágrimas otra vez de por medio porque no puedo expresar todo lo que siento.

Y Kageyama está igual. Es un lío, casi como si fuera nuestro primer beso. Sus manos apretando mis mejillas, sus labios desesperados por haber esperado el contacto. Todo brilla, todo es lindo. Recuperamos nuestras vidas y demostramos lo felices que estamos los dos.

Así que volvemos a casa y todo se siente distinto. Todo vuelve a la normalidad. Me siento cómodo en el auto porque ya no soy solo yo y regresamos a casa juntos, lo que se siente mil veces mejor de lo que es.

—¡Papis! —gritan los niños al vernos entrar tomados de la mano.

No pasa mucho tiempo para que nos abracen con fuerza.

—Pero miren eso, todo una familia otra vez. Los amo.

Kuroo dice enternecido y yo río, levantándome.

—Gracias.

—No hay de qué, enano.

Y también me atrapa en sus brazos porque a él le gustan los abrazos.

Cenamos entre risas. El ambiente de la casa es distinto y todos nos vemos felices. Luego de eso, nos sentamos en el sofá y vemos por milésima vez la película favorita de Akiro. Cuando los niños se duermen, los cargamos hasta su cuarto y los acostamos.

Por alguna razón, me siento nervioso por acostarme con Kageyama. Se siente como la primera vez y me tiembla el cuerpo, cosa que él nota mientras se pone su camiseta, la cual está en mi ropa porque hay costumbres que no se van y usar su ropa, en definitiva, es una de esas.

—¿Por qué estás tan nervioso? —pregunta confundido, acostándose. Yo lo observo en la oscuridad.

—No lo sé. ¿Tú estás nervioso?

—No realmente —se encogió de hombros.

Yo sonreí.

—De todos modos, también estoy feliz. La cama se sentía distinta sin ti.

—Es que te faltaba mi calor —tomó mi cintura, atrayéndome a él y abrazándome. Yo me acomodé sobre su pecho, acariciándolo—. Y mi cariño.

—Juro que sí.

Kageyama soltó una suave risa y dejó un beso sobre mi cabello. Yo me alejé.

—Te amo.

—Y yo a ti —sonrió tranquilo.

No dudé en acercarme a besarlo. Kageyama correspondió sin dudarlo, tomando mi mejilla y pareciendo que intentó acercarme más. Yo tomé su cuello, obligándolo a levantarse un poco e intensificar el beso, dejando que mordisqueara suavemente mi labio inferior y me robara un suspiro.

Vaya, qué rápido.

Se las ingenia para dejarme abajo de él sin separarnos. Doblo un poco mis piernas y las abro para que él se acomode, sin embargo, no sé qué pasa, porque de un segundo al otro, las sábanas se enriedan, Kageyama se separa y cae al suelo.

Y yo, en vez de ayudarlo, estallo en risas.

—¡No te rías! —exclama, pero también ríe.

—¡Es que no sé qué pasó! —dije de igual forma, rodando para verlo tirado en el suelo, sosteniendo su estómago.

Y estamos así como cinco minutos, porque somos unos idiotas.

Llega un punto en el que mi estómago duele y él deja de reírse, regulando su respiración y observándome. La gracia pasa rápidamente y nos quedamos en silencio, mirándonos con sonrisas en nuestro rostro.

—Extrañaba esto —murmuré, clavando mis uñas en la orilla del colchón.

Kageyama sonríe más. Qué lindo que es este hijo de puta.

—Yo igual.

Crónicas de unos Padres Inexpertos | Kagehina Where stories live. Discover now