CAPÍTULO 46

84 3 4
                                    

JULIUS

8 meses más tarde

Mansión Malfoy

El olor metálico y nauseabundo aún continuaba impregnado en el lugar. La sangre roja, salpicada por los suelos dejaba un extenso rastro en la escena del crimen. Prefería no tener que mirar al frente, a pesar de haber lidiado con ello un largo tiempo, esto era mucho más que escalofriante, así como el autor de los hechos.

Dos cuerpos sin vida fueron arrojados despiadadamente a una esquina. Un reptil de gran largura se arrastró junto a ellos rodeándolos. Silbaba a la vez que sus ojos dejaban ver sus ansias por devorar aquel exquisito manjar. Sus colmillos se clavaron en el cadáver de un hombre, el cual momento atrás había tratado de mantenerse valeroso, antes de recibir su sentencia.

Unas carcajadas mancharon frívolamente el ambiente. Tras cuarenta y ocho horas sin dormir, en las que solo se escuchaban los gritos de tortura de la gente, las risas malévolas de los culpables y el siseo de una serpiente, mi cabeza se había visto penetrada de todas las maneras. Estaba en un trance, entre aquel abismo negro y las conversaciones con mi subconsciente. Por suerte, mi corazón seguía latiendo, pero cada vez con menos fuerzas, incluso costaba respirar correctamente. Entonces, mi visión pasaba de un lugar a otro.

Meses atrás, después de la huida de Hogwarts regresamos victoriosos por la caída de los enemigos. Albus Dumbledore había muerto, el Ministerio de Magia se había colapsado por el asesinato del ministro y ahora, el control del mundo mágico nos pertenecía poco a poco, en manos del lado oscuro. Las matanzas se duplicaban cada día, pero sin pista de ellas en los periódicos ya que se habían visto igual de apoderados. Obteníamos más fama, más éxito, unos más que otros. Por un lado, los mortífagos infiltrados en el ministerio, por otro, reclusiones a determinados individuos. Pero si había una propiedad que estaba custodiada día y noche por los mortífagos con la máxima seguridad y que para muchos podría no tener importancia, aquella era la Mansión Hadeeville. El lugar de mi infancia, para alguien normal, un lugar donde se almacenaban recuerdos bonitos, desgraciadamente, todo menos eso.

Bajo un cielo oscuro y de nubes, entramos a la vivienda tratando de hacer el menor ruido posible, aunque estuviéramos a más de tres kilómetros de distancia de los vecinos más cercanos. Estaba tranquila, sin habitar, ni siquiera interrumpida por los elfos domésticos que la atendían, probablemente, habiendo abandonándola. Nos dispersamos por los rincones con las varitas en alto iluminando la estancia y atentos a cualquier movimiento intruso. Unos tres grupos de cinco personas en cada uno, pero siempre encabezados por las mismas personas. Severus Snape, el primero en hacer las señales, escondido bajo la máscara y la túnica negra, alto y corpulento realizaba encantamientos revelio a su paso. A su lado y sin pasar desapercibida, otra figura más baja y delgada que él, a pesar de haber crecido unos cuantos centímetros e imponer con sus botas de tacón negras cubriendo sus piernas hasta las rodillas. Ni siquiera se molestaba en cubrir su faz, así como unos cuantos más. En su mano, rebosaba una flama verde alrededor de su anillo lista para consumir lo que su dueña le proporcionase. Se detiene unos metros delante de nosotros e imitamos su gesto, atentos a lo que esté por venir. Levanta su cabeza por encima del hombro y, con un dedo pegado a los labios, ordena que permanezcamos en silencio.

Avanza unos pasos mientras aguardamos detrás de ella hasta llegar al centro del salón principal. Se dirigió a una mesilla decorativa y pasó una mano por ella. Encima de esta, reposaba una foto con el retrato de nuestro difunto padre. No sabría decir que expresión podría tener en ese momento Kristel Mayer y que sucedía en su retorcida mente, pero de seguro, si aún estuviera vivo Haggard Hadeeville, no le hubiera esperado una muerte tan rápida e indolora. De un manotazo tiró el retrato al suelo, estallando los cristales que lo protegían y así, rompiendo con la serenidad del ambiente. Di un pequeño salto en el sitio por el susto y procedí a dar un par de zancadas hacia delante. Todavía dándonos la espalda, Kristel alzó una mano haciendo que me detuviera. No eran necesarias las palabras para instruir mandatos. Persistió de pie como a la espera de algo, un signo, algo para poder actuar. Se escuchaba el tacón de su bota impactar con ritmo en el piso mientras movía arriba y abajo su pie.

La Reina FlamanteWhere stories live. Discover now