VIII. Deseo mutuo

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Alicent se sentía bastante decepcionada con toda la familia, ella sabía la ilusión que le había hecho a Viserys preparar esta cena, incluso eligió el menú para que lo preparasen en la cocina. Pero todo acabó mal, y le pareció imperdonable el comportamiento de su hijo; el de Jacaerys igual, pero esperaba que de él se encargase Rhaenyra y no pasase de todo. Aunque bueno, actualmente no es que la reina pensase que la princesa era una buena madre.

Cuando llamó a la puerta, tocó un par de veces pero nadie respondió.

— Aemond, sé que estás ahí, abre ya. — Alicent continuó golpeando la puerta.

Pero la situación tras ella no era lo que se imaginaba. Aemond estaba a centímetros de Saera, y notó a la doncella bastante nerviosa. No tenía por donde escapar, y Alicent no podía encontrarla ahí.

— ¿Qué hago? — preguntó preocupada al príncipe. — Quizá puedo bajar por la ventana, tú tenías una enredadera al lado de ella. — la joven se asomó pero justo había dos guardias vigilando esa zona. — No puedo creérmelo.

— Hazme caso y no pasará nada. Métete bajo las sábanas. — señaló su enorme cama con la barbilla y se dirigió a la puerta para abrirla.

— ¡Pero qué dices ahora! — susurró alto forzándose no gritar. — No me pienso meter ahí. Me voy a quedar en la enredadera.

— Sí bueno, lo que veas. — Aemond puso los ojos en blanco ignorando a la chica cuando giró el pomo de la puerta y comenzó a abrirla. Saera acabó suspirando y metiéndose bajo las sabanas del príncipe.

Huelen a él.— pensó Saera mientras se enredaba entre tanta sábana de seda.

— No me puedo creer lo que ha pasado ahí dentro Aemond. — entró molesta. — ¿Tan difícil era comportarse? Mira que hablo de Aegon y me quejo de él. Pero a veces me sorprendes. ¡Estoy muy enf...— miró hacia la cama y vio un bulto. — ¿A quién te has traído? — Saera comenzó a sudar frío y cerró los ojos con fuerza mientras escuchaba los pasos de la reina acercarse.

— Madre. Comprendo tu enfado, pero mírame. Tengo sangre, estoy cansado y molesto. Solo quiero desahogarme y me has pillado a mitad de algo, como puedes ver.

— Igual que tu hermano. Solo pensáis en el puñetero sexo y os da igual lo demás. Mira, haz lo que te de la gana, pero mañana no aparezcas en el desayuno, no quiero verte hasta que me tranquilice. Ni a ti ni a tu hermano. Me largo, es imposible hablar con cualquiera de vosotros. Y jovencita, agradece que no te he visto la cara ni tengo intenciones de vértela, porque ya estarías haciendo las maletas para largarte del castillo. — Alicent salió echa una furia y Aemond cerró la puerta. Agarró un pequeño paño para terminar de limpiarse el rostro de los restos de sangre y se acercó con cuidado donde se encontraba Saera.

— ¿Se ha ido ya? — preguntó nerviosa en un tono de voz muy bajo. El colchón se le hundió un poco a ambos lados.

— Sí, se ha ido. — Saera apartó todas las capas de encima y Aemond se encontraba sobre ella, mirándola fijamente. La doncella no pudo controlar el enrojecimiento de sus mejillas e intentó taparse pero el príncipe no le dejó y acabó destapándola más, hasta la cintura. Ambos se quedaron en silencio, mirándose, hasta que Saera no aguantó más la situación.

— Por qué estás encima. — puso una mano en el pecho de Aemond para apartarlo de forma suave y este rió.

— ¿Así quieres alejarme? ¿Con tan poca fuerza? Pensaba que tendrías más, no sabía que eras una chica tan débil.

— Tu hermano fue bastante sencillo. Y acabó con la nariz rota.

— Entonces hazme lo mismo que le hiciste.

LA DONCELLA | Aemond TargaryenWhere stories live. Discover now