XII. Los negros

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Fue un viaje tranquilo y al de cinco días la familia arribó en Rocadragón. Todos los sirvientes estaban esperando a su futura reina, y el príncipe Joffrey no pudo sostener su emoción al ver a su madre; corrió hacia ella nada más verla bajar del barco y Rhaenyra se agachó para abrazarlo y preguntarle sobre lo que había hecho estos días que habían estado ausentes. También llenó de besos a sus hijos Aegon y Viserys. Después bajaron los otros dos príncipes, y fueron Daemon y Saera los únicos que al pasar cinco minutos no aparecieron en la cubierta.

Saera se encontraba en la cama tumbada abrazando el huevo, lo miraba detalladamente, durante este viaje contó repetidas veces las escamas que tenía, cada vez que repetía la acción le salía un número distinto. Apenas sabía leer bien o contar cierta cantidad de números por lo que imaginaba que se saltó muchos, pero la mantuvo entretenida. Al ver que el barco se detenía, se levantó a mirar por el portillo y vio tierra. Habían llegado y era consciente de que su vida había cambiado al completo. Echaba de menos a Helaena, y echaba de menos a Aemond.

Al de pocos segundos llamaron a su puerta y sin decir nada se abrió, era su padre.

- Hemos llegado, ¿te ayudo a recoger?

- No gracias. - la joven se sentó en la cama sin intención de levantarse. Pero Daemon en vez de gritarla u obligarla a ir con él se sentó a su lado y no dijo nada. Saera no se incomodó, simplemente se sorprendió.

- Es un buen huevo de dragón, parece sano. ¿vas a querer montarlo? Es genial viajar en dragón sabes. - Saera miró su huevo antes de contestar y lo acarició.

- No sé. No me lo he planteado la verdad. - la conversación lucía forzada pero ella era sincera, no le iba a mentir.

- Cuando lo veas nacer tendrás que cuidarlo, será tener una vida bajo tu responsabilidad, hasta que sea fuerte. Tenemos algunos guardianes de los dragones aquí, ayudan a Jace y a Luke con sus prácticas. Cuando crezca y estés lista, podrás unirte a ellos.

- Mmm. - no dijo mucho y pasaron cinco minutos completos en absoluto silencio.

- Mira. - Daemon se acomodó - No voy a obligarte a salir del barco, ni voy a obligarte a hacer lo que no quieras. Soy tu padre y quiero lo mejor para ti. Como ya te dije, yo no supe de tu existencia hasta que me case con tu madre, y eso fue muchísimo tiempo después. Le grite y traté mal, estaba fuera de mi mismo, no podía imaginarme a Rhaenyra quien adora a sus hijos, como fue capaz de separarse de una. - Saera lo miró mientras hablaba - Pero en sus ojos vi tristeza y dolor, y pude perdonar su acción. Pero iba a encontrarte y quería saber de ti, al igual que tu madre quiere conocerte. No tienes que considerarnos tus padres, puedes tratarnos como extraños, tendrás una habitación y si deseas te subirán la comida para que no tengas que hacer las comidas junto a nosotros, será como una posada. Tu elegirás que hacer y cuando. Y solo cuando estés preparada por supuesto. - acarició el precioso cabello de su hija y se levantó. - Nosotros vamos a marchar, dejaremos un par de sirvientes y guardias junto al barco para que te acompañen hasta el castillo cuando estés lista, sera hoy, mañana o en una semana. Solo queremos que seas feliz. - Daemon salió por la puerta y llegó hasta su familia.

Explicó a Rhaenyra la conversación que había tenido con su hija y esta asintió, dio la orden y comenzaron a marchar.

- Esperad. - dijo Jacaerys y todos se voltearon. Saera estaba en la cubierta con la cacerola y la pequeña bolsa con sus pertenencias. Un sirviente fue rápidamente a ayudarla para que no se le cayese nada pero Saera se negó, ella podía con todos. A Rhaenyra se le dibujó una sonrisa y agradeció a Daemon con la mirada.

Una vez dentro del castillo, Jacaerys y Lucerys se encargaron de enseñarle su habitación, su madre pensó que se sentiría más cómoda junto a ellos que con sus padres en estos momentos, y así fue.

LA DONCELLA | Aemond TargaryenWhere stories live. Discover now