IX. Malas noticias

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Saera despertó al día siguiente bastante adolorida. Se estiró y rápidamente tuvo que encoger un poco su cuerpo del dolor que sentía por la zona pélvica. La luz mañanera entraba por la ventana situada a un lado y se quedó pensativa mirándola. Ahí comenzó todo, deseando huir de este castillo al que estaba comenzando a sentirse tan apegada. Entró en la habitación de Aemond sin saberlo, lo odió, y ahora estaba entre sus sábanas, desnuda, después de haber tenido una noche de ensueño que jamás olvidaría.

Se incorporó en la cama, quedándose sentada y la fina tela se deslizó por sus pechos hasta quedar arrugada en la cintura, tapándole toda la parte inferior del cuerpo. Bostezó y volvió a estirarse una vez más. Sus ojos se sorprendieron al mirar hacia abajo y ver sobre lo que habían dormido, la mezcla de sangre y fluidos no era para nada agradable y se levantó sin pensarlo dos veces.

- Mm...- bajó la mano a su entrepierna de forma inconsciente - qué dolor, ¿cuando va a pasarse esto? - pensó en alto.

- Pronto si no te mueves mucho. - Saera miró hacia un lado de la habitación, Aemond salía mojado, con una fina tela envolviéndole el cuerpo que poco dejaba a la imaginación. Al estar empapado, la tela estaba totalmente pegada a cada zona inferior, y Saera tragó saliva al bajar sus ojos al miembro tan notorio del príncipe. - ¿qué pasa? - se acercó a ella - ¿deseas jugar más? - agachó el rostro para acariciar el cuello de la joven con su nariz y depositar un par de besos también. Saera se apartó nerviosa, y lo miró a la cara. Se fijó que no llevaba el parche; por tanta distracción no pudo darse cuenta antes.

- Tu ojo...

- ¿Te repele? - se colocó el pelo hacia la espalda para no dejar ningún mechón en la parte delantera. Saera sonrió.

- Para nada. Es precioso, el zafiro me parece hermoso, me recuerda al mar y a la libertad. Y el azul no te queda nada mal. - Aemond rió, lo que sorprendió a la joven. La agarró de la cintura para pegarla a su torso. Suplicó por un beso y Saera se lo concedió, situando los brazos por su cuello. Las manos de Aemond bajaron a sus pechos y los acarició, colocando sus pulgares sobre los pezones y masajeándolos en pequeños círculos. Notó como la chica mantenía la boca abierta, deseosa de gemir, y entonces se agachó, cambiando los pulgares por sus labios y lengua. - Aemond...no creo poder hacer nada hoy... - pero la única respuesta del príncipe fueron los sonidos que hacía su boca al besar aquellos pechos.

- Ya que lo mirabas tanto - Aemond se separó, quedando sentado en la cama y apartó la tela mojada, dejando su enorme verga a la vista de la muchacha - ¿por qué no te diviertes con ella? - Saera se agachó frente a él y Aemond bajó la mano a su erección para comenzar a masturbarla. Empezó a hincharse y llevó el rostro de la chica hacía allí. Saera abrió la boca y poco a poco se fue introduciendo el miembro, la punta de su lengua se deslizaba arriba y abajo mientras Aemond le marcaba la velocidad deseada.

La apartó despacio para sacarla de su boca y después de tocarse un par de veces más, volvió a introducírsela. El calor recorría el cuerpo de ambos y el príncipe se echó hacia atrás en la cama. Saera lo miró...y le gustó. Sintió que tenía a Aemond bajo su merced de la misma forma que él la tuvo a ella la noche pasada. Sentía que podía pedirle cualquier cosa, pero ahora mismo solo deseaba complacerle, y continuar escuchando los gemidos que salían de su boca. Al de un rato, Aemond fue el que arqueó un poco la espalda y tras un gruñido terminó sobre la boca de Saera. Y sin tener tiempo para mirar la escena, ya tenía a la joven encima.

- Quiero que me folles de nuevo. - y Aemond no perdió el tiempo ante aquella súplica. La colocó en su regazo y al comprobar que estaba totalmente húmeda, se agarró la verga y empujó en su interior. Saera no sintió dolor y ambos comenzaron a moverse más fuertemente. "Joder" pensaron ambos.

LA DONCELLA | Aemond TargaryenМесто, где живут истории. Откройте их для себя