Capitulo 39

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Ya había pasado unos días desde que esa extraña y molesta policía había venido a interrogarme a mi casa. El lugar seguía siendo una autentica porquería, pero al menos ya me había dignado a lavar mi cabello y mi cuerpo, además de que también había ido a lavar mi ropa. Me encontraba lavándome los dientes con pesadez enfrente de ese mugriento espejo oxidado en el baño, haciendo buches con el agua, y escupiendo toda la porquería en el lavadero.

Era mi primer día de regreso a la escuela, después de que me metieran esa suspensión por deformarle con un cuchillo la cara a uno de los imbéciles amigos de Oscar. No tenía planeado ir, ni siquiera tenía planeado, aunque fuera regresar al colegio; pero Penny llego a plantarse fuera de mi puerta una noche entera, y me amenazo que no se movería de ahí, hasta que me dignara abrirle la puerta.

Estuvo más de 4 horas afuera, y al escuchar como titiritaba fuera del departamento, muerta de frio, y con la nariz llena de mocos, mi moral humana pudo más con mi orgullo, y la deje pasar, aunque eso significara que viera en el lamentable estado en el que me encontraba.

Después de hablar y hablar y hablar, y que me convenciera de mínimamente de bañarme y asilarme, aunque fuera un poco, logro regresarme las ganas de volver a la escuela, aunque fuera junto a ella. Esa noche también dormimos juntos; aunque no pasó nada raro, y lo único que hicimos fue dormir, la compañía de otro ser humano en ese lúgubre departamento fue como un enrome destello de luz en la oscuridad que me consumía.

Aunque no tuviéramos las mismas clases juntos, podríamos pasar tiempo los dos entre el intermedio de estas. Y si algo me faltaba urgentemente, era algo de contacto humano, para que no descendiera más ese poso de depresión y autodestrucción en el que ya me encontraba en camino.

Cuando estaba por ponerme la chaqueta negra de siempre, escuche como alguien tocaba la puerta, y me llamaba por mi nombre.

— Arthur, soy yo. Espero que ya estés listo, porque no te vas a zafar de regresar ¿bien? Te traje un sándwich... no sabía si te gustaba de atún, así que te traje de mermelada, pero si no te gusta la mermelada, puedo darte el de atún que yo tengo. Y si no te gusta ninguno de los dos... tengo galletas de avena, aunque siguen sin ser lo mismo que un sándwich.

Tomé mi mochila, y le abrí la puerta a Penny, encontrándola enfrente mío, intentando organizar sus bolsas con sándwiches y galletas. En cuanto me vio, su sonrisa me ilumino un poco mis ojos, a lo que yo pude sonreír levemente un poco también.

— Si sabes que no tienes que hacer nada de esto ¿verdad? Eres mi pareja Penny, no mi mama. No deberías molestarte tanto.

— Bueno, si algo tengo en común con tu madre, es que ambas te amamos. Y no me voy a quedar parada mientras veo cómo te estas hundiendo en tu propia miseria, echando a perder tu vida. Así que deja de ponerte tan melindroso, y acepta el sándwich que te traje —en eso, me extendido las dos bolsas, para que pudiera escoger una de ellas—. Entonces ¿Atún o mermelada?

Solo negué con la cabeza, suspirando con una pequeña sonrisa en mis labios, tomando la bolsa con el sándwich de mermelada, a lo que Penny solo me sonrió complacida.

Una vez cerrara la puerta de mi departamento con la defectuosa chapa, los dos tomamos el transporte público, donde me quede dormido sin querer en el hombro de Penny todo lo que duro el trayecto. Aunque los últimos días me la hubiera pasado acostado y durmiendo todo el tiempo, inexplicablemente me seguía sintiendo cansado, muy muy cansado, apenas dándome las fuerzas para mantener mis parpados abiertos. Penny no pareció importarle, ya que sentí su brazo acomodándose en mi espalda, dejando que me pusiera un poco más cómodo.

Aun no le había contado a Penny la razón por la que estaba tan triste y pesimista, pese a que me lo pregunto varias veces. No tenía los ánimos para mentirle sobre lo que en realidad estaba pasando, limitándome a contestarle solo que "por todo" estaba triste. Aunque ella claramente sabía que no era por eso, quizá vio prudente dejar de insistir con el tema, ya que no volvió a tocarlo. Quizá tendría la confianza de que en algún punto se lo pudiera llegar a contar, aunque ni yo estaba seguro de eso. Solo terminaría rompiéndole el corazón.

Crónicas de un criminal. La dialéctica de la pólvora (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora