Capítulo XII: Desconfianza

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«¿Qué?» .

Por mucho que Astral quiso decir algo, no pudo. No supo. Dejó que el desconcierto se filtrara en su expresión mientras daba pasos torpes hacia atrás, así hasta que la pared le recordó su existencia cortándole el retroceso por segunda vez.

La cabeza le palpitó, pero no como las otras veces en las que había recordado algo, sino más fuerte. Se sentía como si un par de garras separase su cerebro en dos mitades para mostrarle lo que había en el medio, un rincón empolvado que apenas estaba viendo luz luego de mucho tiempo de haber estado escondido. La reacción de la joven, sin embargo, no fue de alegría. El quejido que pugnaba por salir de ella escapó en forma de grito distorsionado, tan deforme como su campo visual y las voces que se le paseaban de un oído a otro.

—Astral Lessa, los enemigos ya llegaron.

«Mi entrenador».

—L-Lessa...

«Larry».

—Lessa, por favor, ¡soy yo!

«¿Norian?».

El aire, que se había tornado gelatinoso, la rodeaba de tal forma que le impedía moverse. Gritó, pero nada pudo oírse además de un jadeo ondulante. Estaba atrapada, mareada. Por eso le costó mucho reconocer que frente a ella se empezaba a definir un paisaje.

¿Paisaje?

Sí, un paisaje. Se trataba de un cielo estrellado, visto desde lo que parecía ser un balcón. El almacén había desaparecido.

Mientras la chica lo asimilaba, un par de brazos se aferró a su cintura.

—¡Lessaaaaa!

«¿Lessa?».

«¿Yo soy Lessa...?».

Bajó la vista y vio a quien la había abrazado. Era una niña, de no más de diez años, con los ojos café brillante y el cabello rojizo aplacado contra sus facciones sonrientes. Parecía... la misma niña que había visto en los brazos de Terrance. Y, sin embargo, lo que hizo a Lessa abrir la boca con asombro fue el parecido innegable entre ella y Norian.

«¿Sería...?».

El estruendo de algo al caer la sacó de la reminiscencia. La chica estaba de nuevo estaba en el almacén.

Bufó. Era lindo volver, sí, pero no si así perdía la oportunidad de seguir recordando. Ahora sentía el cerebro revuelto y le costaba penetrar la barrera de la amnesia. La sangre en su nariz saliendo a cántaros fue una clara petición de su cuerpo para que dejase de intentar.

Alzó la vista, y descubrió que lo que había caído era el porta-retratos que Norian le había dado. Se agachó para recogerlo con una mano mientras con la otra evitaba que la sangre volviera a hacer de las suyas en su vestido. Lo logró. Lo sí no pudo evitar fue que el líquido se deslizara sobre la pintura y manchase todo el cuerpo del entrenador.

—Dale la vuelta —se oyó la voz amortiguada de Norian en algún rincón del cuarto.

Luego de una inspección rápida, Lessa vio que estaba escondido debajo de uno de los estantes, con la cabeza encajada en las rodillas y las manos encima.

La argeneana, que no había entendido su orden, no dejó de mirarlo hasta conseguir una respuesta más explayada.

—Al porta-retratos. Dale la vuelta.

Lessa obedeció, convertida en no más que un títere de sus propio interés. Detrás del objeto había una inscripción hecha con caligrafía impecable.

Recuerdos de humo #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora