Monotonía

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Había pasado una hora desde que Hermione quitó llave a la puerta de la librería y ordenó la tienda como hacía todos los días.

Era temprano aún, por consiguiente, los clientes escaseaban. La calma ofrecía la oportunidad perfecta para adelantar las lecturas pendientes, así que Hermione tenía un libro abierto sobre el escritorio y se hallaba enfrascada en el texto cuando Pansy ingresó en la tienda. Hermione le lanzó una mirada de refilón y regresó la vista al libro.

—¿Alguna novedad? —inquirió Pansy.

—Todo tranquilo. ¿Cómo te fue ayer?

Marcó el libro para no perder la hoja antes de voltear hacia su compañera. Esta encogió los hombros mientras colgaba el bolso —uno de cuero gastado que sin duda había pertenecido a alguien más—, en el perchero. Prosiguió a atar su abundante cabello negro en un rodete mientras se aproximaba a la mesa donde atendían a los clientes.

—Otro idiota. Estoy convencida de que no leen mi perfil. Es decir, ¿para qué aclaro que busco algo serio? Al final, siempre esperan que los acompañe a casa en la primera cita —dijo, poniendo los ojos en blanco.

—Ya encontrarás al adecuado.

Pansy encogió los hombros.

—No tengo prisa. —Luego miró a Hermione con suspicacia—. ¿Segura que no quieres que te abra una cuenta?

—¿Para tener citas con idiotas? No tengo prisa, gracias.

Pansy volvió a poner los ojos en blanco, esta vez de buena gana, y se alejó en dirección al pequeño cuarto trasero donde tenían la cocina. Hermione oyó el gruñido de la cafetera y el repiqueteo de las cerámicas, luego su compañera regresó con una taza humeante de café, la cual depositó en una zona apartada de los libros. Una de sus discusiones más grandes un año y medio atrás, cuando aquella relación laboral comenzó, se debió a que Pansy dejaba sus bebidas cerca de los libros, uno de los muchos descuidos que mostraba con la mercadería. Resultaba satisfactorio comprobar que había logrado educarla en ese aspecto.

—¿Qué tal va tu proyecto? —preguntó Pansy tras la pausa en la conversación producida por una joven que se acercó a consultar precios—. ¿Pudiste iniciar ya?

—No, sigo en blanco —admitió con un suspiro.

—Vaya. Creí que a esta altura ya habrías escrito veinte carillas o algo. Solías ser más aplicada, Granger.

—Ah, basta. Esto es importante, no quiero hacer un trabajo mediocre. Es mi mejor oportunidad para ingresar a la Universidad de Ilvermony.

Pansy volvió a encoger los hombros y se apartó para realizar su trabajo mientras bebía lo que a todas luces era su primer alimento del día. Hermione suspiró una vez más. Lo cierto era que las palabras que había soltado a su compañera eran solo una excusa. Claro, no deseaba realizar un trabajo de pésima calidad, no cuando sabía que sus capacidades daban para un escrito sobresaliente, pero no era eso lo que le impedía comenzar a escribirlo. Era tan solo que... su mente quedaba en blanco cuando intentaba pensar en algo digno de plasmar en las hojas.

Qué sencillo le había parecido cuando leyó por primera vez los requisitos de ingreso. Un promedio excelente en el colegio y la entrega de un escrito que constaba en redactar un acto positivo que el ingresante hubiera realizado en su vida, un evento donde su influencia haya desembocado en un cambio favorable para una persona o comunidad, era todo lo que bastaba para obtener una beca en Ilvermony. Y Hermione había pensado en muchas cosas, no era como si no tuviera nada que contar. Solo que el voluntariado que había realizado en residencias para ancianos no alcanzaba para cubrir las veintiséis carillas obligatorias, y las limosnas y comidas que daba a la gente que se encontraba en situación de calle no era algo extraordinario que una universidad consideraría destacable. Eran, en simples palabras, ayudas cotidianas que cualquier persona decente hacía en el día a día.

La pesadumbre de saberse menos humanitaria de lo que toda la vida se creyó le aferró el pecho junto con la amarga noción de que, aunque se uniera a varias organizaciones, lo más probable era que no podría completar el ensayo a tiempo y perdería otro año de estudio.

—¿Irás mañana a la reunión de ex alumnos? —preguntó para distraerse.

—Mmm... No creo —respondió Pansy con un tono tan casual que se percibía fabricado.

Hermione se volvió hacia ella para dedicarle toda su atención.

—Anda, imagina la cara que pondrán todos cuando sepan que trabajamos juntas.

—No es algo que me interese ver.

Aquello calló a Hermione con efectividad. Una vez que la sorpresa pasó, consideró a Pansy con detenimiento: la mujer no la miraba, pero no hacía falta observar su rostro de frente para distinguir el entrecejo fruncido y los labios apretados. Hermione asintió, pese a que la otra no la miraba. Dedujo las razones por las que Pansy no querría reencontrarse con sus antiguos compañeros de clase.

La víbora reina que se burlaba de todos ya no tenía nada de lo que enorgullecerse; la niña rica que presumía sus lujos ahora vestía ropas de segunda mano y debía saltarse comidas para ahorrar dinero.

Hermione supuso que, desde la perspectiva de Pansy, la idea de presentarse sin riqueza y sin poder frente a personas a las que había despreciado reiteradas veces durante años debía ser humillante. O, a lo mejor, no era la opinión de la gente a la que menospreció la que le importaba, sino la opinión de aquellos junto a los que se vanagloriaba. Tal vez le preocupaba recibir las miradas socarronas y los gestos desdeñosos que ella mostraba a los demás cuando era adolescente. Pero ya no eran adolescentes, ese era el asunto.

—De acuerdo. Si cambias de parecer...

—No lo haré, descuida —interrumpió Pansy—. Saluda a los demás por mí —agregó, aunque se oyó más sarcástica que sincera.

Hermione pensó en Luna, Neville y todos aquellos a los que llevaba tiempo sin ver, aquellos con los que había perdido contacto pese a que se seguían mutuamente en las redes sociales. Luego comprendió que Pansy no tenía motivo para enviar saludos a una chica a la que llamaba anormal y un chico al que burlaba por su timidez. No, Pansy debía referirse a su antiguo grupo de amigos.

A gente como Millicent Bulstrode, Blaise Zabini y, el peor todos, Draco Malfoy. Las tres personas más despreciables que Hermione podía recordar, sin incluir a Pansy. Si esta última había cambiado, no obstante, a lo mejor su antiguo grupo también lo había hecho. La lógica dictaba que la mayoría debía haber madurado, pese a que no lograba imaginar un mundo en el que Draco Malfoy no fuera un engreído desgraciado.

La idea de volver a ver esa cara arrogante por poco fastidió su buen humor, sin embargo, se atajó a tiempo al reflexionar sobre el estado de su vida. Hermione no tenía nada de qué avergonzarse. Todo lo que tenía lo había conseguido por sus propios medios, con esfuerzo, dedicación y voluntad. 

Si Draco Malfoy seguía siendo un idiota que dependía de su padre, sin méritos propios y sin conocer lo que significaba trabajar de verdad, entonces era Hermione quien tendría motivos de sobra para sentirse superior. 

El proyecto Draco Malfoy (Dramione)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora