Capítulo Treinta y Uno

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Harper

¿Estás segura de que me veo bien? —Me di vuelta ante el espejo una vez más y miré mi espalda totalmente descubierta.

Marie me miraba desde el borde de mi cama y podía ver su sonrisa por el reflejo del espejo.

—Voy a tener que buscar cumplidos nuevos por internet para que me creas.

—Siento como si estuviera mostrando demasiado.

—¿Qué tiene de malo mostrar la espalda? Tienes una piel sensacional. Si fuera tan bajo en el frente, entonces si tendríamos que hablar.

—Si fuera tan bajo en el frente, me arrestarían —Agité la cabeza, preocupándome—. ¿No es demasiada piel para el St. Regis? No quiero que piensen que estoy trabajando, y no me refiero como servidor.

Marie frunció el ceño.

—Es sexy, obviamente, pero de una manera elegante y con clase que sería totalmente aceptable en el St. Regis.

Me volví a enfrentar al espejo, mordiendo mi labio. Nunca había sido tan insegura.

Con un suspiro exasperado, sacó una prenda de un bolso lleno de accesorios que había traído con ella.

—Aquí. Si te hace sentir mejor, usa esto.

Me puso un chal plateado en los hombros y se echó para atrás. Iba a juego con los tacones de tiras de plata que me prestó después de hacerme prometer que cuidaría de ellos como si fuera mi propio hijo. La amistad era amistad, pero un buen par de zapatos eran irremplazables.

Di un paso atrás frente al espejo, logrando un ángulo completo para verme mejor. El vestido era azul marino con cuello de cabestro, la parte delantera era recatada y elegante, pero de espalda totalmente descubierta, acercándose peligrosamente al coqueteo con la parte superior de mi tanga. Por la tela del vestido, no parecía que permanecería en su lugar, pero estaba tan bien ajustado que lo hizo, incluso cuando me senté.

Alisé la parte delantera del vestido, que quedaba justo por encima de la rodilla. Tenía que admitirlo, el corte delgado abrazaba mi figura y me hacía sentir como esas estrellas de cine de los años cincuenta que apretaban los hombros hacia adelante y soplaban besos sensuales la cámara. Me preguntaba qué haría Morgan con este vestido y recordé sus ojos grises y ardientes vagando hambrientos sobre mi cuerpo.

—¿Adónde te fuiste? —preguntó Marie mientras enchufaba mi rizador de pelo.

—A ninguna parte. Estoy justo aquí.

—No, no lo parece. Te ves preocupada. ¿Te pasa algo? ¿Es por esa mujer? ¿Charlize?

—No.

—Hay gente solitaria y triste como ella en todas las grandes ciudades. No te pareces en nada a ella.

Asentí.

—Lo sé.

—Entonces, ¿qué es lo que te preocupa?

—No estoy preocupada. —Negué.

—Vamos. Inténtalo de nuevo.

—Estoy... estaba... um... pensando. Preguntándome...

—¿Sobre Ryan?

—¡Dios, no!

—Bien, porque no vale ni un minuto más de tu vida.

—¿No vale la pena? Entonces, ¿por qué carajos voy a ir a esta fiesta? Recuérdamelo.

Me sentó en la silla de comedor que había arrastrado a mi dormitorio y empezó a trabajar en mi cabello. Su hermana era estilista y le había enseñado un millón de trucos, lo que explicaba por qué sus rizos naturales nunca parecían encrespados o despeinados incluso en días ventosos o húmedos.

Me cubrí el pecho con una toalla y empecé a maquillarme mientras ella me separaba el cabello en secciones y me lo pinzaba por toda la cabeza.

Ella agitó el rizador de pelo para demostrar su punto de vista.

—Para mostrarle a la cara que estás bien. Para elevarte por encima de los que buscan arrastrarte y acabar con tu buena fortuna.

—¿Buena fortuna?

—Ella se está conformando con Ryan. Tienes a Morgan. —Me dijo.

—No tengo a Morgan. —Le recordé.

—Ella no lo sabe —dijo alegremente.

—Esta noche, saldrás y te divertirás. Muéstrale lo bien que la estás pasando —tenía un brillo divertido en sus ojos—. Y si por casualidad decides besuquearte un poco con una chica, que está muy ardiente, y no me gustan las mujeres, podrías hasta aparecerle en sus sueños más salvajes, bueno...

—No habrá besuqueo. —alae disparé.

—Y te preguntas por qué te considero una anciana.

Ella puso los ojos en blanco y agitó la cabeza con la expresión de una madre decepcionada.

—Estás asumiendo que ella querrá besuquearse conmigo, ya te lo dije, estuvo de acuerdo en que seríamos amigas.

—Amigas, mi trasero. Cariño, espera a acabe contigo. Cuando esa mujer te vea tendrás suerte de ir a la fiesta —Me guiñó un ojo en el espejo.

—No lo creo.

Su suspiro resonó por toda la habitación.

—¿Qué tiene Morgan que te aleja así? Por lo que me has dicho, es divertida, encantadora y te salvó cuando Ryan estaba siendo un imbécil insensible. Lo siento, pero no entiendo como no te despertaste en su cama esta mañana. Supongo que voy a tener que quedarme aquí hasta que ella venga y averiguarlo por mí misma.

Marie no sabía que casi lo hice. No sabía todo lo que había pasado entre nosotras anoche.

—No te atrevas. —La amenacé.

Ella resopló de risa.

—Estás loca si no crees que me voy a quedar para echarle un vistazo.

Del engaño al amorWhere stories live. Discover now