Introducción

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El rey Harald IV, de Brilthor, había sido el ser más solitario en toda su dinastía. No tenía ningún hermano, ni siquiera primos; nunca se le pasó por la cabeza la idea del matrimonio, así que tampoco se casó; y por si fuera poco, sus padres fallecieron cuando él cumplió los cincuenta, así que no tenía a nadie.

Aún así, al ser rey, siempre estaba acompañado por mucha gente: guardaespaldas, sirvientes, compañeros de gobierno y todos sus seguidores... Pero esta compañía no era suficiente para esfumar su soledad interior

...

Era una mañana lluviosa, el rey se encontraba trabajando con muchos de sus compañeros, cuando Arthur, uno de sus asistentes más leales, entró en aquella gran sala sin hacer ni el más mínimo ruido y se dirigió hasta el rey. Todos los trabajadores se percataron de la presencia del hombre, pero no se inmutaron y siguieron trabajando. Cuando Arthur ya se encontraba delante de Harald, empezó a hablar con un tono muy bajo.

- Su Majestad, ¿me permite hablar a solas con usted un par de minutos? -dijo de pie sin emitir ningún leve movimiento.

- Por supuesto, vamos fuera. - dijo levantándose de su sitio de trabajo.

Los dos se dirigieron hasta la salida principal de la sala y cerraron la puerta. Allí empezaron a hablar.

- ¿Qué sucede, Arthur? -dijo serio, disimulando su intriga.

- ¿Habéis pensado en lo que os dije? - dijo mirando al suelo.

- Sí, y no voy a cambiar de opinión. - dijo un poco molesto.

- Pero Majestad, con todo el respeto... ¡Es una barbaridad lo que quiere hacer!

- ¿Por qué piensa eso? - dijo cruzando los brazos.

- Porque... A ver, ya sé que usted no tiene ningún descendiente y lo necesita, pero... Hay muchas maneras de conseguir un heredero, y confiar todo el poder a un adolescente huérfano, es una idea un poco... Arriesgada.

- Ya lo sé, ya lo sé... Pero pienso que si todo esto se lleva a cabo de forma correcta, nuestro futuro estará en buenas manos... Además, ¿qué otra idea se le ocurre?

- No lo sé Majestad, solo pienso que debe escoger muy bien al próximo heredero... Hágalo bien.

- No se preocupe lo tengo todo pensado... No voy a elegir solo a uno, serán siete.

- ¡¿Siete?! - dijo anonadado. - ¡¿Cómo que siete?! ¿Qué piensa hacer?

- Me encargaré de elegir a siete huérfanos y los adoptaré. Los educaré y les enseñaré todo lo que haga falta saber para ser un buen rey. El que tenga madera de gobernar y sea capaz de arbitrar, moderar y representar a todo el país, será el heredero. También me encargaré de los seis restantes, después de mi proyecto estarán inscritos en el mejor centro de educación del país, para poder estudiar y dedicarse a lo que más les apasione.

- Está bien... -razonó. - Y de cuántos años tienen que ser estos jóvenes?

- Tienen que ser lo suficientemente mayores para entender la complicidad del poder de un rey, así que buscaré a aquellos que estén en la etapa de la adolescencia.

- Me parece lógico... Pero recuerda que tienen que tener más de catorce, que ya habrán pasado la "edad del pavo", y menos de dieciocho, que todavía dependerán de alguien.

Harald se rió disimuladamente.

- Fíjese, si al final le va a gustar mi idea... -sonrió.

- Digamos que la acepto. - se limitó a decir.

- Entonces ya me ayudará con el proyecto.

- De momento, si quiere, le podría ayudar a escoger a los siete posibles reyes.

- Reyes... O reinas. - observó.

Arthur sonrió y asintió, y acto seguido, los dos continuaron con su trabajo cada uno por su cuenta.

Los Siete Pecados CapitalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora