Capítulo 21

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DANI

Todavía no podía creerme lo que me había sucedido esa mañana.

Sonreí como una idiota al recordar la metida de pata de Rafa. Al principio, pensé en girarme y soltarle cuatro frescas al pervertido del tren. Pero, en cuanto me cercioré de quién se trataba, lo primero que me vino a la cabeza fue que me estaba tomando el pelo. Cuando quise darme cuenta de que era más real de lo que había creído en un primer momento, ya no fui capaz de enfadarme ante el estupor que él mostraba.

Se le veía tan azorado que incluso me dieron ganas de abrazarlo y decirle que todo estaba bien. Creo que, si no hubiera sido tan guapo y me despertara ese hormigueo en el estómago, lo habría terminado haciendo.

Fue tan sencillo bromear con él y me sentí tan cómoda que fui incapaz de negarme al café al que me invitó. Estaba tan nerviosa que no dejé de parlotear en todo momento y él se dedicó a la contemplación. No me malinterpretes, no es que se hubiera convertido al budismo ante mis ojos; me refiero a que me escuchaba atento, como si lo que estuviera contando fuera algo superinteresante que quisiera atesorar para sí. Lo que me llevó a plantearme cuánto tiempo hacía desde que Víctor no me escuchaba de esa manera. A veces incluso pensaba que se trataba de un holograma que se dedicaba a asentir, aburrido por mi verborrea, que estaba programado para ello y no verdaderamente interesado en lo que decía.

Con Rafa no era así, las expresiones que atravesaban su rostro y las respuestas que dio a mis pocas preguntas me advirtieron de que era consciente de todo lo que decía al final de cada frase, y eso me gustaba y me inquietaba de igual manera.

Nunca había soportado a esas personas que te miran vacías durante una conversación, me hacía plantearme dónde estarían en ese momento y que lo que les contaba no era lo bastante interesante como para captar su atención. Cuando una persona le habla a otra, lo mínimo que merece es ser escuchada. Para eso es la comunicación, para expresarse y comprender a la otra persona, no para limitarse a tener conversaciones de ascensor. ¿Es tan difícil de entender?

El tiempo transcurrió tan rápido que, cuando anunció que teníamos que irnos, sentí nostalgia por aquel impassse que me había sabido a poco.

Recuerdo que al final de la conversación dejó caer que siempre se tomaba el café allí antes de entrar y una cerveza con los chicos a la salida, que si me animaba podía unirme. Era un lugar agradable decorado con madera oscura; seguro que al anochecer ganaría aspecto de pub irlandés. Había alguna diana y una mesa de billar perfectamente camufladas entre la decoración. No descartaba unirme a ellos, siempre me había gustado interactuar con mis compañeros y parecía que él tenía un modo de ver la vida muy similar al mío, y no me refería a la cordialidad que Víctor y yo teníamos. Era otra cosa, una conexión que iba más allá de llevarse bien, de encajar a simple vista.

Cuando llegamos al concesionario, su actitud cambió, se tornó un poco hosca en cuanto Jose apareció. Imagino que se puso en modo trabajo al cruzar la puerta. A mí me costó un poco más reaccionar, aunque lo hice; no quería darle la sensación de que era una viva la virgen, así que me despedí de ambos para ir directa a mi despacho.

Entré tarareando una de esas canciones pegadizas de la radio. Andrea ya estaba allí y me observaba con los labios algo apretados.

—Buenos días, Andrea —la saludé interrumpiendo mi tonadilla para dejar la chaqueta y el bolso en el perchero.

—Buenos días. Has llegado con Rafa —soltó a modo de afirmación.

No entendí muy bien el tono que utilizó, no la conocía lo suficiente para interpretarlo.

—Sí, hemos coincidido en el tren, se ve que esta mañana no tenía gasolina, y después nos hemos tomado un café.

Ella bufó dejándose caer en su silla para iniciar el PC.

¡Sí, quiero! Pero contigo noWhere stories live. Discover now