Capítulo 39

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RAFA

—¿Y por qué se celebra Sant Jordi? ¿Es que los catalanes no teníais bastante con San Valentín? —preguntó Dani, curiosa, parando frente a un puestecito de rosas y dragones de peluche.

Tomé uno entre los dedos y traté de hacerle un resumen del motivo de la celebración.

—Supongo que somos más románticos de lo que aparentamos —respondí jugueteando con el muñeco—. Pero si quieres entender el motivo verdadero escucha bien lo que voy a contarte. —Ella apretó los morritos, concentrada, y a mí se me antojó de lo más adorable. Me aclaré la voz tratando de ponerla como aquellos cuentacuentos que me encandilaban de pequeñito—. Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo, en Montblanc, Tarragona, un feroz dragón capaz de envenenar el aire y matar con su aliento tenía atemorizados a los habitantes de la ciudad. Los montblanquenses, asustados y cansados de sus estragos y fechorías, decidieron calmarle dándole de comer a una persona al día, que se elegiría por sorteo.

»Después de varios días, la mala suerte hizo que le tocara a la princesa, pues los nombres de todos los habitantes estaban puestos en el sorteo. El rey al principio se negó, pero ella dijo que era lo justo, pues era una habitante más del pueblo. Cuando la princesa abandonaba su hogar y se dirigía hacia el dragón, un caballero llamado Sant Jordi, con brillante armadura y caballo blanco, apareció al galope para ir a su rescate. Sant Jordi alzó su espada y atravesó al dragón, liberando por fin a la princesa y a los ciudadanos de una muerte segura. De la sangre del dragón brotó un rosal con las rosas más rojas que jamás se habían visto. Sant Jordi, triunfante, arrancó una y se la ofreció a la princesa. —Los ojos de Dani brillaban cuando yo mismo tomé una flor del puestecito y se la ofrecí.

Ella, sonriente, la cogió y se pinchó en el dedo.

—¡Auch! —exclamó—. ¡Malditas espinas! Menos mal que no soy la Bella Durmiente y esto no es una rueca.

—Déjame ver. —Le tomé la mano y, por inercia, metí su dedo entre mis labios para succionar la perlada gota roja. Ella separó los suyos emitiendo un pequeño suspiro de sorpresa, no esperaba ese gesto por mi parte y a decir verdad yo tampoco, pero no pude contenerme. Mi lengua ávida la saboreó. Quería todo lo que pudiera ofrecerme, incluso aquella pequeña muestra de elixir rojo. Mis ojos se anclaron a los suyos, envolviéndolos igual que hacía mi lengua con su dedo. Habría hecho cualquier cosa por ser un hipnotizador y que cayera rendida bajo el embrujo de mi mirada. Sus pupilas se dilataron, el pecho le subía y le bajaba con mayor velocidad. ¿Podía ser aquello una ligera muestra de excitación? Cuando me di por satisfecho, besé la yema del dedo diciéndole—: Incluso las rosas más bellas tienen espinas.

Ella me ofreció una tímida sonrisa.

—Gracias, caballero Rafa, procuraré recordarlo antes de que me claves otra.

—¿Yo? Si yo te hubiera clavado algo, ten por seguro que no habría sido una espina, sino algo mucho más largo, grueso y afilado.

Ella soltó una exhalación.

—¿Me habrías clavado el espadón como al dragón?

—Si quieres ponerle ese nombre a mi polla, no me voy a negar. Espadón me parece un nombre lo suficientemente viril para lo que me cuelga entre las piernas.

—Sois un guarro, caballero —soltó golpeándome el rostro con la rosa.

—Y vos, la flor más bella que me querría follar, ¡oh, mi doncella!

El momento quedó interrumpido por la mujer del puesto. Estaba un tanto alterada, pues pensaba que nos íbamos a ir sin pagar.

—Disculpe, le estaba contando la leyenda de Sant Jordi y me entretuve —me excusé. Ella me miró con cara de pocos amigos, supongo que había estado al tanto de la conversación—. Póngame la rosa que tiene la señorita.

¡Sí, quiero! Pero contigo noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora