Capítulo 51

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RAFA

—¿Se puede saber qué te pasa, tío? Llevas unas semanas raro de cojones. —Dani y yo nos miramos de reojo, ella acababa de darme un pellizco en el lateral de la nalga que me hizo escupir la cerveza en plan aspersor hacia el pobre Jose, que se levantó lleno de babas y lúpulo fermentado—. ¡Joder! —se quejó—. Que vengo duchado de casa. Si no querías hablar del tema, no hacía falta que me escupieras. —Había cogido un par de servilletas de papel, que de poco le habían servido, para después dirigirse a Dani—: Vigila y no preguntes nada que no le convenza o te pondrá perdida como a mí. Voy al baño a limpiarme, aunque sigo esperando mi respuesta —me advirtió.

En cuanto desapareció en el horizonte, mi rubia se echó a reír.

—Ya te vale, pobrecillo. ¿Es que no sabes contenerte? Mira cómo le has puesto por un pellizquito de nada —argumentó juguetona.

—¿Un pellizquito? ¿A eso lo llamas pellizquito?

Su mano descarada reptó hacia arriba, apretándose contra mi bragueta, que estaba tontorrona, pues la muy bribona no había dejado de juguetear con ella a la par que yo trataba de concentrarme en la conversación que Jose mantenía con mi enajenada mente calenturienta.

—Reconoce que te la debía después de lo que me hiciste en el baño justo antes de salir.

Abrí los ojos para después recorrerla con deseo.

—¿De lo que yo te hice en el baño? ¡Pero si fuiste tú la que se sentó sobre la encimera con las bragas en la mano! Cada día que pasa te vuelves más descarada.

—¿Y eso no te gusta? —inquirió lamiéndose los labios para terminar de ponérmela dura—. Además, ¿quién es el culpable? ¿Quién me introdujo en estos «aquí te pillo, aquí te la endiño» hace mes y medio?

En eso tenía razón, yo fui el precursor de que nuestros escarceos laborales tuvieran el baño como base de operaciones.

—Pero eso no es motivo para que me pellizques cuando Jose se huele algo, podría sospechar.

—Jose no olería nada aunque Andrea le tirara un pedo en toda la cara.

—Pero qué bruta eres. Puede que si se lo tirara Andrea le oliera mejor que si fuera yo, pero oler, olería —contraataqué divertido.

—Nah, seguro que se bañaba en él y agitaba las pestañas como una mariposa enamorada. —Ese par estaban enamorados perdidos y su cara de bobos al mirarse los delataba—. Si sospecha algo, es porque últimamente visitas demasiado el baño. Deberás inventarte algo como que tienes incontinencia o algo así.

—¿Incontinencia? Eso es de señores mayores.

—¿Y qué crees que eres tú? —me preguntó encaramándose a la oreja para darme un mordisquito—. Te he visto una cana por aquí. —Volvió a apretar mi erección, que se irguió en respuesta.

—No juegues con fuego, que te puedes quemar —advertí con una clara excitación recorriéndome de pies a cabeza.

—Uuuughhh, qué miedo. ¿Me debería asustar? ¿Vas a sacarme la espada para cobrarte el ultraje? —Me retó con la mirada sin apartar la mano.

—Lo que deberías es cortarte un poco si no quieres que te saque al coche y te folle ahora mismo.

Ella se lamió los labios y me miró retadora, en plan ¿a que no hay huevos?, y a mí a huevos no me ganaba nadie. Hice el gesto de ponerme en pie, pero me quedé con las ganas, pues Jose salía del baño en ese preciso momento.

Llevábamos mes y medio acostándonos a la menor ocasión y es que con Dani no podía tener las manos quietas. Si había una pócima secreta para volver a ser un salido de dieciséis años, yo había caído en la olla como Obélix.

¡Sí, quiero! Pero contigo noWhere stories live. Discover now