O1

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¿Cuánto tiempo le tomaría a Lionel corromper a Guillermo? ¿Hasta que punto soportaría antes de comenzar a caerse a pedazos? ¿Qué nivel tendría que alcanzar para que le rogara clemencia?

Lionel esperaba que lo suficiente, para después él mismo recojer cada cacho y unirlos con paciencia, sólo para volver a destrozarlo.

Miraba atento cada acción realizada por el rizado. Admirando la complexión física aún debajo de aquel ajustado traje, tratando de descifrar sus puntos débiles. ¿Sería detrás de la oreja? ¿Sus clavículas? ¿Tal vez sus muslos? ¿Sus pies? Sería divertido jugar hasta averiguarlo.

Viendo ahora cómo Guillermo cargaba una caja de archivos hasta su escritorio sin siquiera parecer que le costaba un mínimo de esfuerzo le hacía volar la imaginación. Y ahora más que nunca se daba cuenta de que realmente anhelaba hacerlo suyo. Deseaba tanto tenerlo en su cama, amarrado de pies y manos, torturandolo con el inabordable placer, tan cerca del orgasmo. Ansiaba hacerlo llorar y gritar, pidiendo que le dejara probar aunque fuera una sola gota de extasis. Su fuerte cuerpo y carácter lo hacían exquisito, sabiendo que podría sobrepasar los límites y aún así continuar, sin miedo a romperse de verdad.

Llamó con tranquilidad a Guillermo a su oficina, colocando su termo de café a un lado de ciertos documentos sin darse cuenta.

Cuándo el menor entró apurado, Lionel le indicó con la mirada el folder que requería llevar. Una semana después de que su capacitación terminó, Lionel descubrió que Guillermo era bueno aprendiendo, rápido entendía cada orden y con el tiempo ya sólo requería de un movimiento para saber a que se refería su jefe, y eso le encantaba. No había nada mejor que un sumiso instruido.

El contrario acató y sin cuidado como siempre empujó el contenedor metálico, manchando todo a su paso y derramando bebida incluso sobre los pantalones del mayor. Lionel no se enojó enserio pero observó con una dura mirada la mancha sobre los papeles y su ropa.

-- ¡L-lo siento mucho! Voy por algo para limpiar, no se mueva.

Guillermo salió corriendo de la oficina, sin dejar que el otro hablara siquiera. Maldición, ahí iba su oportunidad.

Unos minutos después y estaba ahora con un nuevo traje y su escritorio impecable. Su asistente pegado a la computadora, mandando a imprimir los documentos que había arruinado.

No sabía si Guillermo presentía algo, pero cada vez que trataba de tenerlo más de cinco minutos a solas el menor lograba escapar, no dando tiempo a poder entablar una conversación fuera de trabajo e invitarlo a salir. La ansiedad picaba y estaba seguro que a la próxima lo haría a la mala.

Lo dejó pasar de nuevo y continuó su trabajo, enfocado toda la tarde. Entre los contratos por firmar se perdió el mayor y no fue hasta que Guillermo tocó a su oficina que se dio cuenta de la hora.

-- Esperá, ¿me acompañarías a cenar hoy?

Lionel preguntó finalmente.

Guillermo se quedó perplejo un momento antes de aceptar dudoso.

Ambos salieron del moderno edificio y juntos ingresaron al Mercedes Benz AMG GT color gris de Andrés.

Francisco no podía negar que estaba un poco nervioso, preguntándose porque su jefe se había decidido a invitarlo a cenar. Acomodaba constantemente su corbata y trataba de no tocar nada del lujoso carro. En todo el camino ninguno soltó palabra.

El restaurante que había elegido Lionel era de sus favoritos. Un lugar especializado en cortes de carne, con un rústico pero hogareño ambiente; pequeño pero acogedor. El dueño era un viejo amigo suyo y aún cuando se necesitaba reservación Lionel podía ir a cualquier hora y ser recibido en el momento. En la bahía un joven de valet parking tomó sus llaves y estacionó lejos el automóvil. Caminaron por debajo de las enredaderas iluminadas y una hermosa hostess les recibió al pie de la entrada, llevándolos hasta una mesa exclusiva, ubicada en uno de los balcones.

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