Catta

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Las lágrimas de aquella chica no daban tregua, tampoco el duro dolor en el pecho que sentía. No pensaba que alguien pudiera pensar todo eso de ella.

Cuando te enseñan y te repiten que no vales nada... Con el tiempo lo terminas aceptando.

Y eso fue lo que le pasó a ella.

Ahí se encontraba, un pijama viejo y la laptop entre sus piernas mientras llora por lo pésima que se ha sentido toda su vida y que alguien lo descubriera.

No estaba en sus manos ser descubierta, mucho menos ser valorada.

Pero el poeta era más fuerte, que se dice fuerte, testarudo. Eso es lo que era, y ella no lo sabía hasta tiempo después.

Cartas de un Poeta a una Cataleya Donde viven las historias. Descúbrelo ahora