III. Pella pt. 3

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III. Pella pt. 3

Pérdicas lo miró estupefacto, y pronto Atanasij y Dravos también

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Pérdicas lo miró estupefacto, y pronto Atanasij y Dravos también. Incluso su propio padre. Tenía que admitir que nunca había sido el mejor en los deportes, o el más aventurero de la corte. Pero la sorpresa muda de los presentes fue directo a su ego. ¿Era tan sorprendente que quisiera arriesgarse por su país?

—¿Estás seguro de lo que estás diciendo?—preguntó Pérdicas.

—S-sí—mintió.

Más intercambios de miradas silenciosas. Si tanto dudaban de él, quizás entonces-

—Yo lo puedo sacar del palacio—dijo Filipo y eso pareció cerrar el trato.

Pérdicas asintió.

—Muy bien. Pero tienes que ser rápido.

Aristóteles preparó el zurrón. Agua y algo de comida también. Su padre empacó algunas medicinas y vendajes, besó su frente y le entregó la medalla de Asclepio que tenía al cuello. Aristóteles sintió que sus entrañas temblaban, pero ya estaba echada la suerte. Que fuera decisión de los dioses lo que fuera a ocurrir de ahora en adelante.

Una vez estuvo listo para partir, Pérdicas se acercó a él por separado, y colocó una mano en su hombro, obligándolo a mirarlo a los ojos.

—No tienes que hacer esto...—le dijo en un susurro.

—Alguien tiene que hacerlo...—respondió con la cabeza en alto. —Alguien en quien puedas confiar, y nada me satisface más que decir que soy digno de tu confianza.

Pérdicas sonrió, sus cejas arqueadas hacia arriba y tomó el rostro de Aristóteles con una mano. Asintió suavemente y no dijo más nada. No tenía que hacerlo, Aristóteles podía ver claramente la esperanza en los ojos de Pérdicas, pero también su temor. No por que no lo creyera capaz de completar esta misión, no, no era eso. Por el contrario, él temía. Temía por su vida.

—Que Zeus favorezca tu viaje, Aristóteles. Mantente a salvo y si llega a pasar algo-

—No—lo interrumpió enseguida. Sentía el rostro caliente y el estómago hecho un nudo. Apenas recordaba su vida antes de Pella, la incertidumbre lo dejaba mareado y temeroso. Pero no estaba dispuesto a perder a otro hermano, ni a nadie más esa noche. —Nos veremos otra vez, ésta es una promesa que ni los dioses se atreverán a romper.

—Qué irreverente...—Sonrió Pérdicas.

—Estaré bien... Además, Filipo lo dijo... durante este año al menos, los caminos al Ática serán seguros. Es año de Olimpiada...—murmuró Aristóteles, tratando de darse ánimos a él mismo también.

La Flor de los Olivos || Aristóteles de Estágira I (En Pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora